Si había algo que no me gustaba cada vez que tenía que ir a quimioterapia era la sala de espera. Tener que estar ahí, sentada, mientras los voluntarios pasan con sus buenas intenciones ofreciéndote algo para beber o comer, haciendo un poco más agradable tu espera y tú lo único que piensas es en cómo te irá el tratamiento aquel día y en cada una de las personas que van entrando.
A veces me imaginaba su historia, otras, cuando veías sobre todo a gente tan joven, preferías no pensar en lo injusta que era la vida, porque tener cáncer es una mierda, pero que encima te pille siendo joven, cuando en vez de estar ahí, deberías estar disfrutando, descubriendo el mundo, es una auténtica putada.
Alicia me llamó para que pasara, me senté en aquel sillón que ya casi tenía mi nombre y se encargó de ponerme la medicación rápidamente, avisándome de que si necesitaba algo la llamara. Lourdes también pasó a saludarme, indicándome que hoy le había tocado en la otra sala y decidí ponerme los cascos para ver si así pasaba más rápido el tiempo.
Sin embargo, cuando estaba concentrada en aquella canción, sentí cómo la chica que tenía justo al lado se retiraba las lágrimas con disimulo. Estaba sola y no parecía tener más de dieciocho años. La observé durante unos segundos, hasta que finalmente decidí tenderle un pañuelo.
- ¿La primera vez? – le pregunté y ella asintió sin decir palabra – La primera vez es la más dura, pero terminas acostumbrándote, además de que aquí te van a cuidar muy bien – intenté animarla – Soy Luisita – me presenté
- Irene – respondió ella agradeciéndome el pañuelo
- Encantada Irene – le sonreí - ¿has venido sola? – pregunté no queriéndome meter demasiado
- No, mi madre está hablando con la doctora
- Sí, le estará contando un poco sobre tu tratamiento, ya verás cómo en cuanto llegue te sentirás mejor – ella asintió no muy convencida - ¿quieres escuchar música conmigo? – le pregunté ofreciéndole uno de mis cascos – ayuda a no pensar
Irene aceptó y cogió el casco sonriéndome agradecida. No sé si le sirvió mucho, pero al menos estuvo entretenida en lo que llegó su madre y no tan pendiente de cómo la quimio estaba entrando en su cuerpo y lo posibles efectos que iba a tener con ello.
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- Hola, cuñada – me saludó Laura desde su coche, aparcado de forma momentánea enfrente de la puerta de urgencias
Me subí en el asiento de copiloto y mi hermana lo hizo atrás cediéndome aquel sitio sabiendo que ahí era menos probable que me mareara.
- ¿Cómo ha ido? – me preguntó volviendo a arrancar el coche para entrar de nuevo en la ciudad
- Bien – respondí sin querer entrar en más detalles
- Bueno, bien, pero cuando he entrado yo ahí estaba vomitando. No ha podido completar el tratamiento
- Pero, ¿estás bien? – Laura desvió la mirada de la carretera unos segundos para poder mirar mi cara – Buena cara no tienes – confirmó ella sola – Te vienes a casa hoy
- Que estoy bien, de verdad. Solo me apetece tumbarme en mi cama
- Te llevamos a casa con la condición de que nos dejes estar contigo. Tu hermana se va a trabajar, pero me quedo yo al menos hasta que te vea mejor
- Está bien, no os voy a decir nada porque ya sé que diga lo que diga me vais a ignorar
- Pues eso – sentenció María haciendo contacto visual conmigo a través del espejo retrovisor.

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Un susurro en la tormenta
Fiksi PenggemarUn balcón enfrente del otro, un intercambio de miradas y la vida que lo cambia todo de golpe