La primera vez que vi a Amelia lo que más me llamó la atención fueron sus ojos. La segunda vez me di cuenta de que no había fallado, porque en sus ojos se veía reflejado cómo era ella, una persona capaz de estar a tu lado sin importarle nada más. Era buena, solo me hizo falta mirarla una vez a través de aquel balcón para darme cuenta de ello.
Y en aquel momento recordé lo que me dijo una vez una persona porque yo estaba empeñada en que quería dejar de ser buena persona porque con ello solo conseguía que se aprovecharan de mí, hasta que me enseñó que no debíamos dejar de ser quién éramos por lo que nos hicieran los demás. Aquella primera vez que vi a Amelia en su balcón me acordé de sus palabras, porque la morena podía haberme mandado a la mierda el día que la hablé mal, o haber pasado de mí cuando me encontró llorando. Sin embargo, se acercó y me sacó de allí, me enseñó a disfrutar de los momentos, a vivir tanto lo bueno como lo malo y compartía la odisea que suponía estar conmigo en un hospital porque le daba igual todo lo demás.
En el instante en el que Marina y Mónica entraron a la habitación, sentí cómo Amelia se bajaba de la cama, pero era incapaz de soltar mi mano. No sé si para que yo me aferrara a ella o para que ella se aferrara a mí, pero lo único que pedí para mis adentros era que no la soltara, pasara lo que pasara en aquel lugar.
Mónica y Marina se colocaron en el lado contrario de la cama, con una carpeta llena de documentos en la que supuse que estaría todo mi historial médico y me miraron con una cara que no supe descifrar de primeras.
- ¿Cómo estás? – mi amiga fue la primera en romper el silencio que reinaba en el ambiente y en dedicarme una pequeña sonrisa que pude apreciar por cómo se achinaban sus ojos
- Cansada – respondí – no sé qué le habéis puesto a la quimio estos días, pero lo he pasado peor que nunca
- Es normal, ya sabes que son dosis mucho más agresivas, pero ahora más que nunca vas a tener que ser fuerte – comentó mi hematóloga – Hemos encontrado a dos personas compatibles contigo
- ¿Me lo estás diciendo en serio? – pregunté sin creérmelo
- Muy en serio – dijo Marina, mirándome emocionada. Amelia apretó aún más fuerte mi mano y la miré, viendo en sus ojos el mismo brillo que seguramente presentaban los míos – Tus hermanas, María y Catalina, son compatibles. Tienes donante, Luisi, por fin tienes un donante
- No sé ni que decir – solté con mi voz entrecortada al escuchar aquello – Muchas gracias, de verdad
- Para eso estamos – contestó Mónica – Hemos pensado en citar a María. Sabemos que Catalina es aún muy pequeña y para ella puede ser más difícil pasar por todo esto. No sé si quieres llamarla tú primero o que lo hagamos nosotras
- Yo se lo digo. Además, sabiendo cómo es, estoy segura de que está todavía por aquí rondando
- Perfecto. De todas formas, luego hablo yo con ella para informarle de la hora a la que tiene que venir para hacerse una segunda prueba – dijo Marina – Te vas a curar, Luisi – y no pudo aguantarse ya más. Me abrazó con las ganas que llevaba reteniendo desde hacía tiempo, porque aunque yo muchas veces decía que no había tenido suerte, que parecía que después de todo lo que había hecho, había estudiado, había ayudado a los demás, no tenía suerte, pero sí que la tenía, porque a pesar de todo lo malo y la gente que me había ido dando de lado durante tantos años, había encontrado gente maravillosa que seguía a mi lado y que tenia claro que iba a estar conmigo, al igual que yo iba a estar para ellos.
Las dos se fueron, dejándonos a Amelia y a mí a solas. Sentí cómo no podía dejarme de mirar y cómo su sonrisa no se iba de su cara. La miré, y allí estaba, a mi lado, mordiéndose el labio para no ponerse a llorar delante de mí. Junté mi frente con la suya, cerrando mis ojos por un instante y me permití respirar con tranquilidad, pausadamente, mientras ella acariciaba mi mejilla con delicadeza.

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Un susurro en la tormenta
Fiksyen PeminatUn balcón enfrente del otro, un intercambio de miradas y la vida que lo cambia todo de golpe