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Los besos de Amelia en mi espalda desnuda consiguieron despertarme. Ya no me daba miedo que viera mi cuerpo descubierto, que explorara cada rincón de él con sus labios y con sus manos. Me había hecho sentirme cómoda con el porque solo por cómo me miraban sus ojos, se me pasaba cualquier tipo de complejo, y eran muchos después de que todo el proceso me hubiese ido consumiendo. Sin embargo, tras unos meses sin quimioterapia y las comidas que muchas veces me enviaba mi padre, ya había sido capaz de recuperar algún que otro kilo.

Me recree un poco en el contacto, mimosa, mientras intentaba esconder mi rostro en la almohada para que Amelia siguiera con su tarea

- Venga, dormilona – besó y recorrió mi oreja provocándome un suspiro – uy, ¿con que te hacías la dormida, eh? – siguió con su tarea, hasta que me fue imposible no girarme y admirar su cara de recién levantada. Amelia me robó un beso y se quedó mirándome unos segundos – me voy a la ducha que tenemos muchas cosas que hacer hoy, no tardes

- ¿Cómo? – pregunté agarrando enseguida su mano para que no se levantara - ¿te vas así, sin más?

- No quiero que salgamos tarde, que hay mucho que visitar

- De verdad, no sé en qué momento decidí tener una novia tan activa – me quejé, viendo cómo salía ya, completamente desnuda hacia el baño

- Cosas que pasan, cariño – elevó su voz y pude escuchar ya el sonido del agua de la ducha caer – Pero si te das prisa puede que te lo recompense un poco

- Voy para allá – me levanté con energía y enseguida me metí con ella debajo del agua

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Amelia y yo habíamos aprovechado la mañana y parte de la tarde para recorrer algunos pueblos más que había a nuestro alrededor y que merecían la pena visitar. Comimos y brindamos por las buenas noticias que esperábamos que llegaran a la vuelta y decidimos aprovechar el último día para pasarlo en la playa, con una manta extendida, mientras veíamos el atardecer a lo lejos y disfrutábamos de las estrellas una vez cayera la noche.

La morena regresó al hotel un momento para coger un par de cosas que nos hacían falta y yo mientras aproveché para ir al supermercado que había allí al lado y coger algo para comer y algunas cosas más para estar allí tranquilas.

- Te he cogido la chaqueta y una manta por si acaso – comentó Amelia una vez nos vimos – que ahora se está a gusto, pero en media hora seguro que tienes frío y ya sabes que no estamos para catarros – yo la sonreí, sin poder dejar de mirarla a los ojos

- Gracias – besé cortamente sus labios y dejé la chaqueta mientras colocaba todo a nuestro alrededor – he cogido hummus del que te gusta, patatas, un poco de picoteo y... - Amelia me miró intrigada y negó con la cabeza al ver que sacaba un Albariño y un licor que me habían recomendado en la tienda

- ¿Quieres emborracharnos? – preguntó cogiendo las bebidas y sirviendo el vino en las copas de plástico – Mira que no hace falta que me emborraches para llevarme a la cama

- Muy graciosa – hice una mueca y choqué nuestras copas – Simplemente me apetece beber, disfrutar y ya está, por lo que pueda pasar

- ¿Sabes que va a ir todo bien, no? Y yo voy a estar a tu lado para que así sea

- Lo sé, pero ya sabes cómo son estas cosas y ver que se acerca el día de la revisión me hace estar aún más nerviosa. Por eso quiero olvidarme un poco de todo, recostarme sobre ti y disfrutar

- Y eso haremos, aunque menos mal que estamos al lado del hotel, porque si cogemos el coche, corríamos el riesgo de estamparnos contra el muro o quedarnos ahí tiradas por no saber ni dónde está el acelerador

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora