Aquella mañana me levanté con un mal sabor de boca. El estómago se me revolvió y terminé en el cuarto de baño echando hasta la comida del día anterior. Me miré en el espejo antes de cepillarme los dientes y toqué despacio las ojeras que adornaban mi cara y que llevaban conmigo ya meses. Expulsé el aire de mis pulmones, intentando contener el llanto y me dije a mí misma que iba a ir bien, que no debía hacer caso a las malas intuiciones, que por fin iba a ir bien.
Cogí la ropa que ya tenía preparada del día anterior y recordé que no podía tomar todavía nada porque me tocaba analítica a primera hora. Saqué la chaqueta del armario, tomé los informes y bajé las escaleras corriendo. Sin embargo, cuando fui a pulsar para abrir la puerta principal, un papel amarillo en el buzón de mi vecino llamó mi atención. Lo observé y con lo que había allí escrito supe enseguida que aquel no era el tipo de mensajes que recibiría un señor de 88 años y que tenía toda la pinta de ir para mí.
Sonreí al leer su nombre por primera vez y me la guardé en el bolsillo para decidir qué hacía con ella en un futuro. Me recoloqué el bolso y salí, sintiendo el aire darme de frente.
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- Hola, Luisita, ¿qué tal? - me preguntó la enfermera nada más verme - Tienes mala cara, ¿has dormido bien?
- Bueno, ya sabes - respondí haciendo una mueca
- Ya verás como hoy sale todo bien - intentó animarme
- Gracias - sonreí
- Por cierto, me han contado que Carla ha vuelto a ingresar
- ¿Carla Fernández? - pregunté para asegurarme
- Sí, está Patricia con ella, pero debe haber preguntado por ti en cuanto llegó. No sé qué les das a esos pequeños que están encantados contigo
- Cuando termine si puedo paso a verla. Gracias Lourdes
- Para eso estamos - me dedicó un gesto cariñoso en el brazo y me colocó la goma para que se me marcara bien la vena y pudiera extraerme sangre sin problemas - Esto ya está, ve a desayunar, anda, que todavía te queda un rato para la próxima prueba
Asentí agradecida y me fui a la cafetería donde Marina ya me estaba esperando con el desayuno enfrente de ella.
- ¿Cómo lo sabías? - pregunté sentándome en la silla que tenía reservada
- Tengo mis contactos y, aunque estoy segura de que no has querido que María venga, de mí no te vas a librar
- Después de la última vez no sé ni cómo sigues preocupándote de mí - susurré agachando la cabeza
- Porque soy tu amiga y aunque no puedo saber qué es lo que está pasando por tu cabeza, me da igual lo borde que seas que no pienso separarme de tu lado y menos ahora - dijo haciéndome mirarla - estoy aquí, igual que está tu hermana y que estamos todos. Y sé que es muy duro, Luisita, pero no te vamos a dejar sola
- Gracias - respondí en un tono bajo - y lo siento
- Desayuna, anda - dijo quitándole importancia - ¿A qué hora tienes la siguiente prueba?
- A las 10:30, el aspirado de médula ya me lo hicieron ayer. ¿Dormiste algo con la guardia?
- No - la miré con reproche - pero no te preocupes, en cuanto terminemos me voy directa a la cama
- Marina, de verdad que no hace falta que te quedes, que tienes que estar agotada
- Pero lo voy a hacer - respondió encogiéndose de hombros dándome a entender que le daba exactamente igual lo que le dijera
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Un susurro en la tormenta
Fiksi PenggemarUn balcón enfrente del otro, un intercambio de miradas y la vida que lo cambia todo de golpe