29

3.2K 327 87
                                    

Amelia y yo llegamos con tiempo de sobra al aeropuerto. No tuvimos ni que facturar las maletas por lo que, una vez pasamos los debidos controles, nos sentamos en una cafetería que había cerca de nuestra puerta de embarque para tomarnos un café antes de coger el vuelo.

El avión no iba muy lleno, algo que me extrañó bastante, pero que agradecí una vez vi que las dos viajábamos sin ningún acompañante a nuestro lado. Le pedí a la morena si me dejaba el asiento al lado de la ventanilla y ella cedió sin problema al notar en mi cara la ilusión que me hacía poder viajar con las nubes haciéndome compañía.

- ¿Vas a leer? – le pregunté viendo que sacaba un libro de la mochila

- Si, no te importa, ¿no? – yo negué – me lo he leído cientos de veces, pero se lo he mandado a los niños para estas vacaciones y así aprovecho el viaje para refrescar mi memoria

- ¿Marina? – pregunté leyendo el título

- Sí, ¿nunca te lo hicieron leer?

- No, ni siquiera me suena el nombre

- Pues en muchos momentos, cuando estabas en la cama del hospital me acordaba de este libro, ¿sabes?

- ¿Por?, ¿También tiene cáncer?

- No – respondió enseguida – Pero creo que Marina da una lección de vida, por eso me gusta mandarlo, les hace reflexionar mucho

- ¿No me vas a contar de qué va?

- No, tendrás que leértelo primero – yo hice una mueca y ella dejó un sonoro beso en mi mejilla antes de abrir aquel ejemplar - ¿tú no te has traído nada para el viaje?

- Es que, si te digo lo que he traído, te vas a reír de mí. Así que mejor me voy a poner los cascos y escucho un poco de música

- ¿No me lo vas a decir?

- Ya lo descubrirás – me encogí de hombros, cogí mis cascos y Aprenderé a bailar comenzó a sonar, permitiéndome aislarme de todo lo que pudiera estar sucediendo a mi alrededor.

El viaje fue corto, casi en lo que asimilamos que el avión había despegado, estaba ya aterrizando en Vigo, dejándonos una maravillosa vista del mar desde mi ventanilla. Me asomé, disfrutando de los últimos minutos con aquel privilegiado panorama y pronto sentí el cuerpo de Amelia que se asomaba también un poco para verlo, mientras apoyaba una de sus manos en mis piernas y su cabeza en mi hombro.

- Es curioso, ¿no? – pronuncié, desviando mi mirada unos segundos para posarla en ella

- ¿El qué?

- Como todo sigue igual, a pesar de los años, de lo que le pase al resto de la gente. El mar siempre está ahí para acogerte o para despedirte

- Es lo que tiene la vida. Todo siempre va a estar ahí mientras tú sigues creciendo y pasando hasta que llega tu final y te vas, pero ellos seguirán viendo a generaciones posteriores – asentí – Pero, cariño, hemos venido a descansar y a dejar de pensar un poquito en lo que hemos pasado y en lo que nos queda por saber. Estos días vamos a ser solo Galicia, la playa, tú y yo – achiné un poco los ojos y Amelia aprovechó el gesto para besarme

Finalmente aterrizamos y bajamos del avión minutos después. Es verdad que Amelia y yo teníamos ganas de hacer un viaje más largo, a algún sitio un poco perdido, pero después de pensarlo, habíamos creído que Galicia era el mejor lugar para nuestra primera escapada como pareja. Además de que aquel ambiente, la humedad, el monte, el mar me venían muy bien para seguir mejorando.

-----------------------------------------------

El coche que habíamos alquilado para esos días era pequeñito, pero perfecto para los planes que teníamos las dos. Estaba comenzando a atardecer cuando recorríamos los kilómetros que nos separaban del hotel donde nos íbamos a alojar, por lo que Amelia decidió conducir por la carretera, al lado del mar, dejándonos disfrutar de la brisa marina y de aquellas vistas que quedarían retratadas en mi memoria para siempre.

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora