32

2.6K 327 110
                                    

Las vacaciones con Amelia se habían presentado como una oportunidad para disfrutar las dos juntas del tiempo que en parte nos había quitado mi enfermedad. No teníamos nada planeado, queríamos improvisar según iban llegando los días, por lo que nuestra primera parada, un poco dejándonos llevar, fue alquilar una autocaravana y recorrer el norte del país a nuestro ritmo, sin tiempos que marcarnos y sin que nos importara cuando regresar a la capital.

La primera parada de camino al norte fue Salamanca. Era una ciudad que me gustaba mucho, por lo que aprovechamos la oportunidad e hicimos allí noche, disfrutando de la iluminación tan bonita que ofrecían sus monumentos y recorriendo juntas las calles por las que habían pasado personajes ilustres de la literatura y que tanta ilusión le hacían a Amelia.

De allí, subimos por Zamora, parando allí a comer y llegamos a León donde teníamos pensado hacer una nueva parada. Nunca habíamos estado allí y, lo primero que nos llamó la atención nada más llegar fue su catedral de estilo gótico. Pasamos toda la tarde y parte del día siguiente descubriendo cada rincón de la ciudad y discutiendo cuál de las tres ciudades que habíamos visitado hasta el momento era la más bonita, aunque, para mí, sin duda, ganaba la primera de ellas.

Desde León, Amelia decidió conducir ella, argumentando que tenía una sorpresa preparada para mí. Los carteles anunciaban que habíamos llegado a Asturias y el verde de sus paisajes nos lo confirmaba. La morena se metió por caminos un poco turbulentos hasta que pude ver el mar a lo lejos y llegamos a una playa prácticamente deshabitada. Había estado informándose y podíamos acampar allí, así que nadie nos iba a mover del lugar.

En cuanto frenó el vehículo, salí para respirar el ambiente del mar. Era lo que más echaba de menos viviendo en Madrid, pero también por eso disfrutaba más cada vez que podía pisar aquella arena blanca y disfrutar de las aguas cristalinas.

- ¿Te gusta? – me preguntó abrazándome por la espalda

- Es preciosa, amor – cerré los ojos, disfrutando de aquel silencio y Amelia se aferró aún más a mi cuerpo – voy a cambiarme, tengo ganas de meterme en el agua – sin embargo, me retuvo según hice el amago de girarme

- Estamos completamente solas – susurró sin separarse - ¿Por qué no nos bañamos desnudas?

- No sé – dudé

- Ya verás, te prometo que es una de las mejores sensaciones de libertad que hay

- ¿Ya lo has hecho?

- Muchas veces – confesó – solía ir con unos amigos a una cala en Mallorca donde nos bañábamos desnudos. Tuve una época un poco hippie

- Pues vas a tener que contarme más de esa época – me giré y quedé de frente con sus ojos. Cogí uno de sus rizos y jugueteé con él sin dejar de mirarla

- Ya veremos – bromeó - ¿qué me dices? ¿te atreves?

- Sí, contigo me atrevo a lo que sea

Las dos nos quitamos toda la ropa y Amelia me tendió su mano con confianza. La cogí, aferrándome fuertemente a ella y entramos en el mar, sintiendo el agua recorrer  nuestros cuerpos en una sensación que jamás había llegado a experimentar.

-----------------------------

De Asturias pasamos a Cantabria y de allí al País Vasco. Fueron casi dos semanas descubriendo rincones a los que seguramente no habríamos ido en otras situaciones y, sinceramente, terminé encantada con todo lo que el norte nos había ofrecido.

Amelia y yo habíamos quedado con la empresa de autocaravanas en devolverla en San Sebastián puesto que desde allí teníamos otro plan para hacer. Cogimos un autobús, que duró más de lo que a mí me hubiese gustado, y llegamos a Zaragoza, donde nos estaban esperando ya Devoción y Álex.

Un susurro en la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora