''NADA HACE MÁS DAÑO QUE EL AMOR Y LA MUERTE''
Camino arrastrando los pies por la calle. Me detengo en la más mínima distracción, no quiero llegar a casa. Los pajaritos se posan en los helados edificios de ladrillo y las frías ramas de los árboles. Subo la cremallera de mi abrigo y me coloco el pelo hacia un lado. Pienso en cómo dar la noticia, y tengo miedo, tengo mucho miedo. No puedo dejar que pase otra vez, no puedo dejar que pase. Voy preparando las mejillas y cogiendo aire, antes de quedarme sin él. Paso la parada de bus, pues cuanto más alargue mi libertad y el momento en el que me llevaré unas buenas bofetadas, mejor. Noto una presencia detrás de mí y me giro. Nico corre con la mochila cargada a la espalda.
-¿Hoy no te coges el bus?
-Prefiero ir andando.
El chico comienza a caminar a mi lado. Tras unos minutos en silencio de miradas esquivadas me sacude, revolviéndome el pelo.
-Vamos, ¿qué te pasa?
-Esto es lo que me pasa.-digo enseñando el sobre de las notas.
-¿Te han quedado muchas?
-Bastantes,-me giro hacia el chico-entre ellas griego.
Una carcajada retumba en la calle vacía. Finjo estar enfadada y le doy un empujón. Nico recupera la distancia perdida y se frota las manos que guarda en los bolsillos de su pantalón.
-Tendremos que aplicar mi teoría de biblioteca y turrón estas navidades.-suspiro-Pero a ti te toca aprender biología entonces.
-Eso no entraba en el trato.-me quejo.
Levanta las manos y pone una mueca. Me acompaña hasta casa y se despide con un beso en la mejilla, después de contarme todas sus batallitas del día. Subo las escaleras y saco las llaves del llavero plateado con forma de T del bolsillo de mi mochila. Poso la llave sobre la cerradura y cuando voy a abrir me quedo paralizada. Me quedo paralizada al imaginar lo que me espera, al acordarme de pronto del sobre que guardo en la mochila. Me quedo paralizada de miedo al recordar. Aún puedo notar los golpes sobre mi piel, las patadas y puñetazos, los golpes contra las baldosas de la pared. Aún puedo oír los llantos de mi hermano, el silencio de mi madre. Aún puedo ver a mi padre y su mirada furiosa y chalada, loca, fuera de sí, fuera de control. Aún puedo notar el dolor en mis venas, en mi corazón, en todo mi ser. Esa noche de octubre de mi catorceavo año de vida, cuando mi padre, a base de golpes, me dio por muerta. Mi padre habitúa a pegarme, no debería extrañarme, no debería tener miedo ya, pero es algo a lo que nunca te llegas a acostumbrar. Esa vez... esa vez fue diferente. Todo pasó deprisa. Mi hermano cogió una pataleta y mi padre se levantó tirando la silla al suelo. Ni siquiera recuerdo el motivo del enfado, cosa que no debería haber olvidado tan fácilmente. Al oír el golpe mi cerebro reaccionó y, sin apenas pensarlo, me planté delante de Óscar y desafié a mi padre, le chillé. Instinto protector. No recuerdo muy bien lo que dije, pero lo que sí sé es que exploté. Exploté como nunca antes lo había hecho, y lágrimas e insultos salieros disparados. Mi madre tan siquiera movió un músculo respecto a la situación, y no lo hizo después. Mi padre me agarró del jersey y me tiró por los aires. Me golpeé con la encimera de la cocina y empecé a sangrar por la mandíbula. Cuando aún estaba reponiéndome de golpe e intentando, de alguna forma, levantarme del suelo un empujón volvió a dispararme contra él. Y más tarde una patada. Un puñetazo. Cabezazos contra la pared. Los ataques se prolongaron en el tiempo durante minutos y minutos, sin parar. Golpes y más golpes. Parecía incansable. ¿La pelea del parque del otro día? Me hace gracia tan sólo compararlo. Mi padre pudo haberme matado de no ser, claro está, por el hecho de que ya estoy muerta. Al rato dejé de sentir el control de mi cuerpo, mis brazos cayeron al suelo, como un peso muerto. Dejé de sentir los golpes. Deje de sentir nada. Una patada en la mandíbula rota repasó la grandiosa obra que acababa de llevarse al cabo. Me dejó allí tirada, sin decir una palabra, y cerró con un portazo la puerta de casa. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, sólo sé que cuando desperté estaba en el mismo sitio que antes, de la misma manera de la que había caído al suelo y con la misma sangre manchada en mi cara. Mi hermano lloraba a mi lado. El silencio de mi madre se mantuvo días, podría atreverme a decir incluso semanas, y sus miradas esquivaban las mías por aquel entonces. Ahora yo esquivo las suyas. Esta fue una de las seis muertes que he llevado al cabo en mi vida, y las que me quedan aún por contar, que espero no sean muchas. Vuelvo en mí y sacudo la cabeza. ¿Qué es lo que temo exactamente? ¿A mi padre? ¿He dejado de temerle en algún momento, realmente? Meto la cerradura en el orificio y giro hacia la derecha una, dos, tres vueltas. Tengo miedo pero a la vez espero que pase. A la vez sueño con que me mate de una vez, no tener que seguir soportando esto. Fantaseo de nuevo con la muerte. No hay nadie en casa. Camino hasta mi cuarto y tiro la mochila y el abrigo a mi cama. Nike salta de debajo de ella y se restriega contra mis pantalones vaqueros. Acaricio al gatito que desde hace pocos días habita a escondidas en mi cuarto y suena la cerradura de la puerta de la calle, que se abre. Abro la ventana de mi habitación. El gato negro salta por ella hasta un tejado a un metro de esta y desaparece entre las pocas hojas marrones que quedan en los árboles. Camino hasta el despacho de mi padre con el sobre entre los dedos. Estamos los dos solos. Llamo a la puerta y éste me invita a pasar. Camino mirando al suelo hasta que me doy con sus pies. Levanto la vista. Me mira desde arriba, sacándome cabeza y media, imponiendo respeto, miedo. Levanto temblorosa el sobre y se lo tiendo. Mi padre me arranca el sobre de las manos y lo rasga bruscamente. Saca las notas y lee. Según mueve la vista noto como se le empieza a hinchar la vena de la frente. Retrocedo poco a poco. Mi padre baja la hoja de papel y me mira a los ojos, me mira con una mirada asesina. De esas que matan. Puedo notar cómo se me paraliza el cuerpo de puro miedo. Y entonces me pregunto, ¿miedo a qué, a que vuelva a matarme? Pero no puedo responder, estoy bloqueada.
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VALENTINA
General Fiction''Estoy haciéndolo bien, pero realmente me siento como si me condenaran a muerte. Y siendo yo es una completa ironía... Llevo ya dieciséis años muerta.'' Valentina es básicamente un conjunto de baja autoestima, continuo estado de ánimo nulo, desenga...