Capítulo Veinticuatro

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''ALMAS MUERTAS EN CUERPOS VIVOS, ALMAS VIVAS EN CUERPOS DORMIDOS''

Miro por la ventana hacia los tejados de las casas de alrededor. Es la quinta vez que asisto a la sala de castigados este mes. Esta vez han encontrado los exámenes del de lengua en mi mochila, y me han mandado directamente aquí. Sobra decir de quién ha sido la culpa. Me sorprende lo que son capaces de hacer esas cinco simplemente por joderme un poco más. Meterse en la sala de profesores a robar los exámenes y meterlos en mi mochila solo para que me castiguen. Ya ni siquiera me afecta. Sus vidas deben de ser aburridas a rabiar para idear cada semana un plan nuevo con el que hacer mi existencia un poco más deplorable. Suspiro. Han sido tantas cosas... Hace dos semanas tiraron mi teléfono móvil al váter y por supuesto dejó de funcionar. He tenido que comprarme uno de esos de botones que ni siquiera tiene cámara, no tenía dinero para más. Hace tres cogieron todos mis apuntes de latín y los tiraron por la ventana. Por supuesto no pude recuperarlos, y a la hora siguiente ya estaba sentada otra vez en esta misma silla y en esta misma sala, la veinticinco. No sin antes, claro, una buena bronca del señor conserje. No hay forma humana de que ese hombre cierre la boca, en serio. Habla demasiado. De todas formas ninguna fue tan fuerte como la del ojo. Hace mucho que pasó, y ya incluso me ha crecido algo el pelo. El resto han sido, pues eso, putadas, pero tampoco me afectan demasiado. Tengo un taco de apuntes menos y un móvil que es una patata, vale, pero puedo vivir con ello. Doy gracias por lo menos porque en mi instituto no haya taquillas y no puedan encerrarme dentro, o porque no sepan hacer lo del calzoncillo chino pero con bragas. Lo de tirarme del sujetador alguna vez, e incluso desabrochármelo, pues sí, pero lo que os digo. Putadas leves que no llegan a más. Gomitas por el pelo, fotos a traición que poder subir luego a redes sociales o marcas de bolígrafos clavados en los brazos tengo, pero ya ves. La vida me ha hecho suficientemente fuerte como para que cosas como estas no me afecten. Y noto como ellas empiezan a cansarse. Y noto cómo poco a poco voy ganando la batalla.

El reloj de la pared aún marca las dos y media. Echo la espalda hacia atrás en la silla y jugueteo con el bolígrafo azul entre mis dedos. En casa todo sigue igual. Mis padres han dejado de prestarme atención de un modo asombrosamente exagerado. Ni siquiera ponen ya mi parte de la mesa. El otro día apagaron la luz del cuarto de baño mientras me duchaba. Es como si su hija ya no existiera. Y, aunque me moleste reconocerlo, me duele más que lo de antes. Es lo que siempre quise, que me dejaran en paz de una maldita vez... pero es espantoso. Óscar es el único que me hace caso en casa. Antes mi padre me pegaba, mi madre se metía en mi vida y me decía siempre qué es lo que tenía que hacer o no hacer, y ambos criticaban lo que les venía en gana, pero ahora ni siquiera ocurre eso. Antes sentía que existía. Por ejemplo el martes. Llegué a casa con las notas y se las di a mi padre, como siempre. A pesar de que he mejorado gracias a las tardes en la biblioteca con Nico, mi media sigue siendo mala. Ni siquiera las miró, solamente sacó el folio del sobre, firmó al final y me las devolvió. No se enfadó. No se alegró de que esta vez solo me hubieran quedado dos, y ambas con un cuatro. No ocurrió nada. Mi madre ni siquiera preguntó. Todo va de mal en peor, incluso su aspecto. Mi madre, quitando la barriga de embarazada que poco a poco se le va notando, cada día está más delgada. Mi padre más de lo mismo. Hay días que tiene los ojos rojos y le lloran, y otros que está tan pálido y tiene tantas ojeras que parecemos la misma persona. Apenas le da el sol y pocas veces sale de casa. Se comporta de una forma más extraña de lo habitual. No sabría decir exactamente desde cuándo... pero... no lo sé. Es extraño. Mi madre pocas veces está en esta. Parece hecho adrede, como si ni siquiera quisieran coincidir en la calle. En las cenas nadie habla. El ambiente en casa se ha vuelto frío y distante, y yo lo noto. Y mi hermano lo nota. Y eso es lo que me preocupa, que mi hermano crezca en una ambiente así, donde no solo no hay amor ni cariño, sino que hay hostilidad a patadas. Mis padres no se dirigen la palabra. No sé qué habrá pasado, no sé ni siquiera si será por el bebé y mi madre se lo confesó finalmente, pero no me importa. Lo que ocurra con esos dos no me importa. Igual que a ellos ya ha dejado de importarles lo que ocurra con su hija. Los tres sabemos de sobra que lo que nos mantiene atados a esa casa es Óscar y nada más. Y en el momento en el que éste se vaya de casa, se independice o cualquier cosa, la familia se habrá roto por fin y para siempre.

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