Capítulo Veintidós

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''HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE''

Al volver a casa decido pasar por otra calle. Estoy harta del mismo recorrido de siempre. Esta mañana he decidido volver a clase, no sé si por la charla de mi padre del otro día, la insistencia de Nico, la preocupación de mi hermano o el maldito orgullo que, después de tanto, sigue insistiendo en que debo ser fuerte. A pesar de que yo no quiera serlo. No me han hecho nada, a parte de los insultos por lo bajo y algún empujón entre clase y clase. En educación física todos los balones han volado hacia mí. Pero eso no es ninguna novedad. Mientras no vaya a más, no me preocupa. Cuando mis profesores me han preguntado por el moratón del ojo he dicho que me choqué con una puerta. No se lo han creído, desde luego, pero al menos no han insistido más en el tema. Cosa que agradezco. Por alguna extraña razón nadie pregunta otra vez cuando saben que estás mintiendo. Y sé mentir muy bien, de eso no cabe duda, he aprendido por las malas... pero hay un momento en el que una se cansa y se le nota en la mirada. En los gestos. En las ganas de que te pillen de una maldita vez. Se nota en los gritos de auxilio que ahogas, pero que nadie se molesta en intentar escuchar. Levanto la vista del suelo cuando paso al lado del parque donde suele ir mi hermano a jugar al fútbol. De lejos hay unos chicos dando toques a un balón, y fijándome mejor, me doy cuenta de que son los chicos que me pegaron aquella vez que salí a defender a Óscar. Uno de ellos se me queda mirando, y yo le sostengo la mirada. No me apetece ser débil en este momento. Supongo que se estará preguntando por qué tengo un ojo morado, o por qué narices le sostengo la mirada durante tanto tiempo. Quizá piense que soy una de esas que va buscando pelea allá donde va. Me da igual lo que piense ese cretino, pero aún así, retiro la mirada y aligero el paso. Mi vida ya consta de un número de aventuras considerable.

Mi casa está en silencio, tranquila. Mi padre está encerrado en su despacho, como siempre, y mi madre ha salido porque no se oye ningún otro ruido. Casi se puede respirar tranquilidad. Suspiro y paso por la cocina, a por otra bolsa de hielos, guisantes congelados o lo que sea. Necesito que me desaparezca el moratón ya de la cara y la gente deje de una vez por todas de preguntar. Solo queda pescado, y mira, como que no. Lo último que me apetece es ponerme un filete crudo de pescado congelado en el ojo. Ya saldré luego a comprar hielo. Cierro el congelador y vuelvo a cargarme la mochila a la espalda, que provoca un tintineo cuando todas las chapas rozan la pared.

-Hola Tina.-dice mi hermano en el momento en el que paso por al lado de su habitación.

La puerta está entornada y él está tumbado en la cama, boca arriba, con el edredón verde hasta la barbilla. Está pálido y tiene ojeras. Ahora casi parecemos hermanos y todo.

-Hola.-digo procurando no hablar muy alto-¿qué tal estás?

-Un poco mejor. No he podido dormir casi y me da vueltas la habitación.

Hago una mueca y cierro la puerta detrás de mí. Me siento en la cama al lado de mi hermano y este se incorpora un poco. Tiene el pelo despeinado y cada mechón de pelo castaño se dibuja hacia un lado. Tiene la misma mirada que mi madre, el mismo pelo y la misma nariz. Si no fuera por el apellido, ni siquiera pareceríamos parientes lejanos. Somos tan diferentes que asusta. Tose tapándose la boca con el codo.

-¿Qué tal en clase?

-Bien.-respondo- Sin más. Un poco rollo.

El chico asiente con la cabeza y se tira de espaldas a la cama, sin ningún cuidado. Seguidamente cierra los ojos con fuerza y hace un gesto de dolor. No ha sido tan buena idea eso de hacer el bruto estando malo.

-¿Tú qué tal la mañana?

-Pues un rollazo porque mamá me ha escondido la Nintendo y me he aburrido un montón.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora