Capítulo Cinco

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''VIVIR EN EL CORAZÓN DE LOS QUE DEJAMOS ATRÁS NO ES MORIR'' 

Deslizo una mano por la manga derecha del abrigo y seguida la restante por la izquierda. Cremallera hasta la barbilla, gorro de lana, mochila al hombro. Camino mirando al suelo, sin buscar ninguna mirada entre tantas, sin esperar a nadie, sola. Camino mirando al suelo, entre empujones y desconocidos, entre risas y susurros, entre quejidos y chillidos, ese lunes primero de diciembre a última hora. Camino mirando al suelo, pensando en lo mío, soñando despierta. Camino mirando al suelo.

-Perdón.-digo instintivamente, al reaccionar al golpe que acabo de darme con el chico que tengo en frente.

-Tina de Valentina.

Levanto la mirada y me encuentro con el chico alto de ojos verdes, que sonriente me mira. Un escalofrío recorre mi cuerpo de abajo a arriba.

-Hola.-consigo articular.

-¿Dónde te habías metido?

-¿Yo? En ningún sitio… e-en todas partes…-suspiro-por ahí.

El chico se ríe mientras yo me froto la cabeza cubierta por el gorro rosa de lana, roja como un tomate.

-Pues a ver si me paso ‘’por ahí’’ algún día, porque chica, te tenía por desaparecida.

Sonrío sin querer. Me froto las manos mientras el chico se recoloca la mochila y empezamos a caminar, ninguno de los dos dice nada en un rato.

-¿Por qué me mentiste?-me atrevo a preguntar.

Un silencio intenso que me obliga a coger aire y aguantar la respiración. El chico finalmente levanta las cejas y sonríe.

-¿Te refieres al libro?

-Sí.

-¿Tanto se me notó?

Dudo un momento y me doy cuenta de que ese chico es un mentiroso de primera categoría, un actor espectacular, y que podría mentirme las veces que quisiera porque no me daría ni cuenta.

-¿Estás de broma? Estuve leyendo horas para averiguar si decías la verdad.

-Pues de nada entonces.

-¿Por qué se supone que debería darte las gracias?

-Es un libro muy bueno.

-Y tú eres el escritor.-respondo de forma sarcástica.

-No, pero gracias a mí lo has leído con más ganas, así que de nada.

Contengo otra sonrisa repentina y desvío la mirada. El frío de la calle nos golpea en la cara. El chico se lleva la mano detrás de la cabeza y pasea la vista por la calle, de derecha a izquierda, cruzándose con la mía al final.

-Tengo que irme por allí.-dice señalando el camino tras su espalda.

Nos quedamos en silencio unos segundos que se hacen eternos, sin saber cómo despedirnos. Tras la indecisión del chico doy media vuelta, rumbo a mi destino, cuando su voz grave interrumpe mi huida.

-Oye Tina.

-Dime.

-¿Te apetece quedar algún día para ir al cine?

Dudo unos segundos. El chico sonríe de pronto y chasquea la lengua.

-Te dejo destriparme el final.

-Muy bien,-respondo sonriente, y antes de que vuelva a abrir la boca me adelanto-quizá me lo piense.

Doy media vuelta y me marcho, notando aún la presencia de Nico y su mirada fija en mí. Cojo el primer bus, me lleve al destino que me lleve, pues es lo que menos me importa en este momento. Sueño despierta con el chico de ojos verdes hasta que, por casualidad, llega mi parada. Bajo dando saltitos a la calle con una sonrisa imborrable y camino hasta casa, distraída, pues no me importa lo más mínimo el resto del mundo. Abro la puerta intentando no hacer ruido y me escabullo por el pasillo hasta mi habitación. La puerta del despacho de mi padre está cerrada. Ni siquiera me molesto en buscar a mi madre. Empujo la puerta de la habitación de mi hermano y lo saludo en voz baja. En el momento en que cierro la puerta de mi cuarto no puedo evitar soltar un pequeño chillido. Tiro la mochila a la cama y doy vueltas con las manos en alto, llena de alegría. Programo la primera canción que pillo en mi reproductor de música, <<So what>> de Pink retumbando por la habitación. Me pongo a dar vueltas y vueltas y saltos y patadas al aire al ritmo de la canción, con una sonrisa plantada en mi cara. Y es que, después de bastante tiempo, soy feliz. Una bobada, una tontería es la causa, pero gracias a esa proposición soy feliz. Y qué bien sienta. Me tiro a la cama un par de canciones después, exhausta, y abrazo a mi oso gris de peluche. Las estrellas de mi techo relucen desde arriba. Cien estrellas, nada más y nada menos. Me levanto de la cama y empiezo a crear un boceto. Tardo hora y media en plasmar la mirada verde del chico, pero se queda en un intento, pues siquiera me acerco a ella. Resoplo y vuelvo a guardar mi carpeta llena de bocetos en el segundo cajón de la derecha, junto a mi cajita roja de música. Me quedo mirando al vacío y cojo con mucho cuidado la caja. La abro despacio y dentro me encuentro un collar de plata con forma de estrella, exactamente igual al todas las estrellas fluorescentes que brillan en el techo. Ciento una estrellas.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora