Capítulo Treinta y Uno

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''LA VIDA DUELE MUCHO MÁS QUE LA MUERTE''

El despertador suena innecesariamente otro día más. Llevo despierta ya varias horas. Más bien toda la noche. No he pegado ojo, me he quedado pensando, como acostumbro a hacer desde siempre. No ha sido sencillo no hacerlo después del día de ayer. El entierro de mi hermano. El entierro de mi hermanito pequeño, Óscar. Aún me suena tan irreal. Tan de mentira. No puedo creerlo todavía. Me incorporo con la mirada perdida, y tardo segundos en reaccionar. Hasta ese gesto, el de despegar la mirada del suelo de parquet y afrontar el día, me parece absurdo ahora. No veo razón por qué hacerlo, así que tardo un poco más en levantar el culo del colchón. Cojo lo primero que encuentro en las baldas de mi armario y meto los brazos y las piernas por sus respectivos huecos. Unos pantalones cortos negros y un jersey azul marino. Unas playeras rosas con rayas blancas. Unos calcetines grises. Nada de esto pega con nada, pero me importa más bien poco. Lo último en lo que me apetece molestarme es en mi aspecto. ¿Para qué? Me recojo los rizos con un par de horquillas y no me molesto en lavarme siquiera la cara. No paso por la cocina, a pesar de llevar sin comer ya tres días. No me apetece hacerlo. Cierro la puerta y me pierdo por las calles. 

No escucho música, no sueño despierta, no me percato de mi alrededor. No miro antes de cruzar, no esquivo a las personas de frente. No hago un esfuerzo por pasar desapercibida, porque me da lo mismo hacerlo. Porque todo me importa una mierda. Soy recibida en el instituto como acostumbro a serlo; de ninguna manera. Arrastro los pies por los pasillos sin mirar los ojos de nadie. Sin buscar sonrisas, miradas verdes, o puntas del cabello de colores. No trato de encontrarme con nadie. No trato de provocar más al destino. Me ha dejado ya bastante claro quién es el que realmente manda aquí.

Pero es el destino quién me provoca a mí de nuevo, en forma de sonrisa enmarcada en pecas.

-¿Qué tal estás?

Me mira fijamente y con toda la compasión del mundo. Conozco bien esa mirada. Todo el mundo me mira así si no lo hacen con asco primero. Conozco bien esos dos términos y me resultan tan familiares que ya siquiera me incomodan. Asco y lástima. La historia sin fin.  

Elvira se recoge un mechón de pelo tras la oreja. Ahora las puntas de su pelo se visten de rojo, a juego con su chaqueta de cremallera y capucha. Tiene el pelo más corto y ha engordado un par de kilos, pero por lo demás sigue siendo la misma chica que conocí en la fiesta unos meses antes. La misma chica de la noche desastrosa, y del resto de noches desastrosas siguientes.

No respondo a su pregunta ni tampoco miro a sus ojos. Oigo como traga saliva y comienza otra vez desde el principio.

-Lo siento de verdad.-confiesa sincera- No podemos controlar lo que nos pasa, Tina. No fue culpa tuya, lo sabes ¿verdad? No pudiste hacer nada. Nadie puede hacer nada en un caso tal. 

Suena a estupidez el hecho de que pueda pensar que la muerte de mi hermano fue mi culpa, pero realmente así lo pienso. No fui yo la que conducía ni la que estrelló el coche. No fui yo la que se saltó el semáforo ni la que tardó en reaccionar. No fui yo la que convocó la final de la liga ese sábado a esa hora, ni la que llegó a la estación veinticinco minutos antes y a la que tuvieron que acercar al hotel y, por tanto, hacer que mi padre cogiera otro camino. No fui nada de eso, pero sí que pude haberle protegido como debía haberlo hecho. Sí que pude haberle salvado de nuevo. Haber ejercido mi papel. Haber evitado su muerte.

Al fin y al cabo, para eso están los ángeles de la guarda, ¿verdad? Y yo fracasé una vez más.

Elvira me abraza sin que a mí me de tiempo a reaccionar y pronunciar palabra, y tengo que contener las lágrimas porque el instituto no es un lugar para llorar. Lo he hecho muchas veces, desde luego, pero eso no significa que vaya a hacerlo de nuevo. El timbre interrumpe nuestro abrazo y la chica se retira, no sin antes besarme la mejilla. Sabe que no puede decir nada para que yo me sienta mejor, así que solamente se despide. Veo como se marcha y retomo mi camino, tragando un poco de aire para recolocar las lágrimas otra vez en su sitio. Cuando entro en clase todos se giran para mirarme, pero ninguno de ellos se acerca. Me siento en silencio en mi sitio y saco mis cuadernos y mis bolígrafos. El profesor no tarda en aparecer. Ni siquiera este se acerca a darme el pésame, pero poco me importa. No necesito más mentiras ni falsos lamentos de desconocidos a los que no les importo una mierda. Quizá no se hayan enterado aún. Y me hace incluso gracia pensar en cómo reaccionaría cada uno. Una sonrisa fuera de lugar frente a aquel cuadro tan fúnebre. Algún que otro ''pobrecillo'', ''qué me dices'' o ''eran tan pequeño...''. Eso es lo único que significa mi hermano para ellos. Frases aleatorias, sin sentido ni sentimiento. Una línea quizá en el periódico local. Solo eso. Óscar, para el resto del mundo, no es más que eso. Un pobrecillo sin más. 

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora