''DEJAR DE LUCHAR ES COMENZAR A MORIR''
Golpeo un par de veces la puerta con el puño derecho y espero una respuesta. Nada. Doy una vuelta y al segundo vuelvo desesperada a golpear la puerta con todas mis ganas, pero nadie responde. Agito el mango que, atrancado como siempre, no me deja abrir.
-Vamos, no tiene gracia. Dejadme salir.
Golpeo un par de veces más y me rindo, tirando la mochila al suelo. Bajo la tapa y me siento en el váter mientras dejo que el tiempo pase. Maldigo el zumo que se me ocurrió tomarme en el almuerzo y aún más haber entrado en el lavabo más fácil de atrancar, el segundo, el que con una patada te puede dejar encerrada allí dentro, el que solo puede abrirse desde fuera. Oigo risas desde fuera del baño, rumbo a clase de filosofía, y yo acumularé otra falta más que tendré que justificar en casa con excusas. No sabría decir con exactitud quién de todas ellas me ha encerrado allí dentro, porque podría haber sido cualquiera. Reviso la puerta entera en busca de alguna salida. Dibujos y fechas se dibujan por toda ella, fechas de parejas rotas y amores perdidos seguramente. La rendija del suelo por la que entra la luz es demasiado pequeña como para poder arrastrarse. Suspiro y levanto la vista hacia los fluorescentes donde unas cuantas moscas revolotean alrededor de la luz. ¿Aún sigue habiendo moscas? Estamos en noviembre. Golpeo una vez más la puerta y pego la oreja, esperando escuchar alguna pisada por el pasillo, del conserje por ejemplo, a quien poder pedir ayuda. Silencio total. Me rindo y me dejo caer a las baldosas frías del suelo, pegando mi sudadera azul a la pared. Piensa Tina, piensa. Un destello se refleja en la papelera de metal. ‘’Deposite aquí sus compresas o tampones’’. De repente se me ocurre una idea. Me cargo la mochila al hombro y pongo un pie en la papelera. Uno, dos y tres. De un salto estoy encima de la pared que separa cada lavabo y de otro estoy en el suelo, de nuevo fuera. A pesar de mi mala condición física tardo poco en pegar el salto y, una vez abajo, sonrío victoriosa y me recoloco bien los pantalones.
Al salir me detengo un momento a atarme los cordones, justo en el momento en el que pasa el conserje.
-¿Usted qué hace fuera de clase, señorita?
Genial, ¿ahora sí tenías que pasar?
-Me he quedado encerrada en los baños.-susurro.
-A jefatura de estudios.
Tomo la dirección que me señala el dedo del conserje con la cabeza baja, mirando al suelo. Mis pisadas retumban por los pasillos vacíos y silenciosos del instituto. Un escalofrío recorre mi cuerpo de los pies a la cabeza al darme de frente con la puerta de jefatura. Un parte para casa no, por favor. Solo de pensarlo se me ponen los pelos de punta.
Me firman un papel en el que pone que me toca quedarme a séptima hora castigada, cosa que no sé cómo justificaré a mis padres, porque a veces es difícil creer lo pringada que puedo llegar a ser. Apoyo la espalda en la pared, al lado de la puerta con el rótulo 25 en lo alto, el aula asignada para el castigo. El timbre chilla desde lo alto, dejándome medio sorda del oído derecho, y los pasillos se llenan de gente en un abrir y cerrar de ojos. Morenos, rubios y pelirrojos desfilan por ellos chillando, hablando, pegándose o mirando a un punto fijo. Cansados y deseosos de comenzar el fin de semana. Y yo podría ser una de ellas, yo podría estar marchándome ahora mismo a casa a meterme en la cama y no salir de ella en los dos días sobrantes, pero en lugar de hacerlo me quedo de pie, inmóvil, contemplando cada estudiante de mi instituto de arriba abajo, envidiando a todos y cada uno. Cualquier vida parece más apetecible que la mía, cualquier ser mortal parece mejor. Un chaval alto y delgado, de pelo rubio hasta los hombros y un gorro azul marino pasa por delante de mí, caminando con la mochila colgada de lado, y abre la puerta de la clase. Le sigue un chico bajito de pelo rapado por los lados y dos pircings en la ceja, con una mochila de cuadros azules y negros y unas playeras de hip hop. Una chica de labios rojos y pelo trenzado por un lado aparece más tarde mascando chicle mientras se retoca en un espejo que ha sacado de su mochila rosa fucsia. Pasa por delante de mí sin tan siquiera girarse, como los otros dos anteriores, y yo entro la última y cierro la puerta detrás. Los chicos están sentados cada uno en una esquina por lo que yo decido sentarme en la restante, la que está pegada a la puerta, en la primera fila.
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VALENTINA
Ficción General''Estoy haciéndolo bien, pero realmente me siento como si me condenaran a muerte. Y siendo yo es una completa ironía... Llevo ya dieciséis años muerta.'' Valentina es básicamente un conjunto de baja autoestima, continuo estado de ánimo nulo, desenga...