Capítulo Uno

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''NACER ES COMENZAR A MORIR''

Para entender mi historia hace falta empezar por el principio. Mi vida fue de todo menos sencilla. Podría enredarme en detalles, embellecer la manera de contar mi aventura y tragarme los momentos duros, difíciles, vergonzosos y reales, pero yo no soy así. Me ajustaré a lo que la realidad y solo la realidad rige, a lo ocurrido en el pasado al que ya no puedo dar marcha atrás; pues lo pasado, pasado está. Me ajustaré a contar mi historia desde el principio hasta el final. Sin mentiras. Pues no hay nada que pueda hacer ya para olvidar.

Todo empezó el día de mi nacimiento. Nací en el hospital militar un viernes de septiembre de un año cualquiera. Como a todos los niños en el parto, se les da un par de palmadas para que respiren, se les hace una serie de pruebas para ver si están sanos y demás. Bueno, ahí empezaron mis problemas, en los primeros segundos de vida. El médico no paraba de darme palmadas mientras yo, boca abajo, colgada de una pierna, chillaba y pedía entre lloriqueos que me soltaran y me dieran un chupete. No respiré en ese momento, ni lo he hecho nunca. Tampoco nadie ha encontrado nunca una explicación a lo que me pasa, pues se encuentra fuera de todo pensamiento lógico o toda ley física. Nací sin pulso y, por increíble que parezca aquí sigo, con dieciséis años de edad, viva y muerta a la vez.

Las cosas se fueron complicando. Mi desarrollo aunque constante resultó ser más tardío que el del resto. Con tres años de edad apenas sabía pronunciar palabra y gatear, con ocho me costaba leer y con trece apenas sabía hacer una división decente, mi madre siempre andaba trayéndome y llevándome a especialistas de todo tipo. Frustrada cada día por no conseguir que me volviera normal, por no conseguir que por arte de magia me convirtiera en la hija que siempre quiso tener, y no en esa especie de… qué se yo, monstruo, bicho raro, ser de otro planeta o experimento, como quiera llamarse.

Las clases tampoco eran sencillas. Tuve que vivir toda mi infancia y parte de mi adolescencia soportando insultos, vacíos, empujones y abucheos. Era rara y lo sabía. Me costaba hacer cualquier cosa más que a otros niños, veía el mundo desde otra perspectiva, no sé muy bien si por el hecho de no tener sangre circulando por mis venas o porque soy así. Siempre he dicho que todo el mundo tiene un secreto que se lleva a la tumba, un secreto que es suyo, que si fuera compartido dejaría de pertenecerle, un secreto receloso guardado bajo llave. El mío era ese. Cada día se hacía más difícil el saber que nadie puede tocarte porque tendrás temperatura de cadáver, el saber que tienes que vigilar dónde te quedas dormida porque podrían pensar que estás muerta, el saber que nadie podrá nunca mostrarte amor porque le harás daño, sin duda. Porque eres diferente. Porque eres un monstruo. Porque estás muerta, estás muerta y ya. Para ti no hay final. Condenada a vagar por la vida sin alma, sin un corazón que lata, sin unos pulmones que respiren, sin un cerebro que piense con claridad.

Porque para mí no había final.

Cientos de veces he intentado el suicidio. Cientos de veces he tentado a la muerte, pero la muerte ganó la batalla el mismo día de mi nacimiento. He probado todo lo que ha estado en mi mano. He tratado cientos de veces de huir, de escapar, de salir de esta vida a la que no se le puede llamar vida, y me he quedado en las mismas. No puedo morir si ya estoy muerta, para mí no hay final. No puedo escapar si ya soy libre, el problema es que no me siento así. Yo siempre me siento atrapada, perdida, confusa. Y quiero con todas mis ganas que mi vida se acabe, pero no puedo. Ya no solo por mí. Sé de sobra que mi madre no quería una hija así. Sé de sobra que mis padres querían una hija normal, de esas que nacen ya con los días contados, de esas que ya tienen una vida preparada desde su primer segundo de vida.

Recuerdo la primera vez que intenté suicidarme, era la noche de reyes en mi octavo año de vida. Yo por aquel entonces aún no sabía de la inexistencia de los reyes magos, por lo que decidí quedarme despierta para pillarlos in fraganti y darles un buen susto. En lugar de eso me di de bruces con la realidad y me encontré a mi madre llorando en la cocina y hablando entre susurros con mi padre ¿de quién? De mí, por supuesto. Mi madre lloraba desconsolada, preguntándose qué había hecho ella para merecer aquello, por qué su hija no era normal, por qué mataron a su bebé. Mi padre daba golpes a la mesa con el puño y contenía las palabras. Yo, tras la puerta, me tapaba la boca con las manos y aguantaba como podía mis sollozos sin entender mucho de lo que sucedía ¿Por qué no era normal? ¿Qué tenía de raro? Mi madre se levantó de la silla y por un momento pensé que me pillarían espiándoles, así que empalidecí de golpe y de mi boca se escapó un soplido que por suerte fue ignorado. Pero en lugar de pillarme, mi madre se abrazó a mi padre y rompió a llorar de nuevo. Fue así cómo descubrí que mi madre estaba embarazada, cuando entre sollozos se lo confesó a mi padre y, con miedo, le preguntó si debía seguir adelante. Mi padre temblaba, y aguantándose las lágrimas, abrazó más fuerte a mi madre. Lo siguiente que dijo fue lo que me partió el corazón.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora