Capítulo Dieciocho

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''UNA VEZ QUE MUERES NADIE PUEDE HACERTE DAÑO''

Entrego el examen prácticamente igual a como me lo han entregado una hora antes. No he conseguido concentrarme en ningún momento. Aún no puedo creerlo; mi madre está embarazada. No. Tiene que haber sido una equivocación. Mi madre no quería más hijos, estoy segura. Mi madre y mi padre ya no se quieren, ¿por qué iban a querer tener otro hijo? ¿para qué? A no ser que el hijo no sea suyo, sino de otro hombre. No. No, no, no. Mi madre jamás haría eso. No por el hecho moral, ni de conciencia, sino por el miedo que le tiene a mi padre. Jamás le engañaría, ni de broma. Aunque mi padre, seguramente, ya haya engañado a mi madre más de una vez. Demasiadas noches borracho volviendo a casa de madrugada. Entonces cómo ha podido suceder. Tengo que averiguarlo, tengo que saber qué paso, o qué pasará, o qué está pasando. Quizá era eso por lo que mi madre estaba tan rara últimamente... ¿y mi padre lo sabrá? Es difícil saberlo... siempre se comporta igual. Aunque no como el otro día, cuando me pilló en casa con Nico. Podría decir que no dijo nada porque estaba el chico delante, pero si pudo haberlo dicho después, y no lo hizo. Fue un simple comentario de decepción, de esos que llegan hasta el fondo. Aunque mi padre, verdaderamente, es una persona a la que tengo bastante poco en cuenta. Después de todo lo ocurrido, odiar es muy sencillo. Casi tanto como amar. Aunque, en estos dos casos, es demasiado el daño cometido por su parte. Jamás podría llegar a amar a ninguno de mis padres.

Me lavo la cara con agua fría en los lavabos del instituto y trato de tranquilizarme un poco y salir del shock en el que me he metido gracias al descubrimiento de esta mañana. Cuando me seco la cara con mi camiseta y vuelvo a abrir los ojos tengo a Lidia al lado, echándose una capa de rímel en las pestañas. La que faltaba. Suspiro y trato de huir de allí, sin mirarla si quiera a la cara, cuando esta me para.

-¿Y esas ojeras?

Me giro resignada, aguantando las ganas de chillar.

-No he dormido mucho esta noche.

-Anda,-dice sonriente, con la sonrisa más mala que he visto nunca, pues sabe de sobra por qué no lo he hecho- ¿dándole vueltas a algo en especial?

-Estudiando literatura.

La chica cierra el rímel y se limpia una manchita negra del párpado con el dedo corazón.

-Te habrá salido bien el examen entonces.

No respondo. Lidia se acerca y me coloca el pelo sobre los hombros, hacia delante, tirándome unn poco del pelo. Muevo la cabeza y retrocedo un paso, pero la chica avanza otro.

-¿Qué pasa, pequeña Tina?

No me contengo.

-¿A qué juegas?

-¿Disculpa?-pregunta haciéndose la sueca.

Me armo de valor y cojo aire, mientras noto como las lágrimas vuelven a acumularse en mis ojos y las uñas vuelven a clavárseme en las palmas de las manos.

-Por qué finges que somos amigas.

-¿No somos amigas?-susurra, apretando la mandíbula y cogiéndome los mechones de antes, más fuerte esta vez.

Niego con la cabeza pero la chica me tira más del pelo. Sus ojos parecen salirse de las órbitas.

-Entonces qué haces con Nico.

-¿Yo? ¿Qué hago con Nico yo?-dice a la vez que se lleva una mano al pecho- Dirás qué coño haces tú con Nico.

-Nada.

-¡Ah! ¡Nada!-se ríe-. Entonces lo del beso del otro día me lo he imaginado, ¿verdad?

-No.

Se acerca y me mira desafiante. Los papeles parecen haberse cambiado ahora. Mierda, Tina, por qué tenías que abrir la boca.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora