Capítulo Once

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''¿DE QUÉ SERVIRÍA UNA MUERTE LENTA SI SOLAMENTE SE HA VIVIDO DEPRISA?''

Una mañana como cualquier otra de fin de semana. Abro los ojos lentamente y me froto los párpados con los dedos, viendo durante un par de segundos miles de estrellitas de colores. Alargo el brazo y doy con el móvil. Son las diez de la mañana. Me doy la vuelta en la cama, intentando volver a quedarme dormida. Creo que estaba soñando algo, aunque no recuerdo bien el qué. Apenas han pasado veinte segundos cuando la puerta de mi habitación se abre. Oigo unos pasos de zapatillas de andar por casa, que acarician el parqué del suelo y se paran frente a mi armario.  La puerta de espejo se corre y mi madre deja la ropa dentro. De pronto se para en seco, como queriendo escuchar mi respiración, que no existe. No hago ningún ruido y finjo que sigo dormida, así que mi madre se acerca a mi cama y pega la oreja. Me pregunto qué narices hace. Camina hasta mi escritorio y haciendo el menor ruido posible abre un cajón, revuelve unos papeles y lo cierra. Espero en silencio hasta que abre el segundo, y entonces me doy la vuelta.

-Si buscas la droga está en el último.

Mi madre se gira de pronto mientras yo la sonrío y no separo la mirada de sus ojos, que avergonzados me evitan.

-Yo... Eh... Estaba buscando...

Vuelvo a darme la vuelta en la cama e ignoro por completo su respuesta improvisada. Suspira y sus zapatillas vuelven a acariciar el suelo, perdiéndose por el pasillo. Trato de volver a dormir, pero ya no puedo, así que me levanto resignada y me estiro todo lo que mi cuerpo es capaz de darse de si. Una vez me han crujido todos los huesos recupero mi postura original y me doy de bruces con el reflejo del espejo. Una yo simétrica me mira desde el otro lado, con el pelo rizado y revuelto y cara de muerta, nunca mejor dicho. Vuelvo a frotarme los ojos y arrastro los pies por el suelo hasta la ducha. Segundos después el agua resbala por mi espalda.

-Tina.

<<22>> de Taylor Swift sigue sonando en la radio, mientras me aclaro el jabón y canturreo al ritmo de la música. Llega un momento en el que no escucho nada y me siento como dentro de una burbuja, solamente mis pensamientos rebotan por las paredes de esta, en lo más hondo de mi cabeza. Miles de pensamientos agresivos y abusivos hacia mi persona, por todas partes. Me siento de pronto como si no formara parte de mí misma, como si me observara desde fuera, desde fuera de la burbuja. Apoyo la mano en la pared porque estoy empezando a marearme.

-Tina.

Miles de insultos me golpean, como si fueran bofetadas, patadas y puñetazos por todo el cuerpo. Miles de reproches, de comentarios mal intencionados, de ataques, retumban por mi cabeza y se pierden en el eco de las paredes del cráneo, con mi misma voz y mi misma manera de expresarme. Como si realmente fuera yo la que está chillando desde dentro todo aquello. Como si realmente fuera yo la que estuviera matándome poco a poco. Pierdo el equilibrio de pronto y me resbalo, pero consigo agarrarme a la mampara. Mi espalda choca contra la pared mojada produciendo un sonido seco y sordo, y me resbalo apoyada en esta hasta el suelo.

-Tina.

El agua ahora cae sobre mis piernas recogidas en el suelo. Me fijo en la cicatriz de mi pierna izquierda, el gran corte a lo largo del muslo. Pase el tiempo que pase, siempre arrastraré el recuerdo de ese día. Igual que de los muchos otros que tengo marcados por el cuerpo, como el de la muñeca izquierda, como el de la mandíbula, por ejemplo. Aún me sorprende que Nico no lo viera el día del vestuario. Quizá sí se fijó, quizá no quiso decir nada. No lo sé. Me observo desde fuera de la burbuja, tumbada sobre la bañera, bajo el agua caliente que de algún modo intenta que entre en calor. Y me doy lástima, lástima de mí misma. Y comprendo de pronto por qué todo el mundo se mete conmigo, porque sufro insultos y desprecios de parte de todo ser humano. Porque todos las de clase intentan reírse de mí, y lo consiguen. Porque mis padres no me muestran el más mínimo aprecio. Por qué no sirvo para nada. Comprendo por qué me ocurren todas esas cosas malas. Vuelvo en mí y me levanto del suelo, me aclaro todos los restos de lágrimas y cierro el grifo justo en el momento en el que la canción termina. Mi hermano vuelve a golpear la puerta del baño, y entonces puedo oírle.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora