Capítulo Veintiocho

285 23 11
                                    

''LA MUERTE ES UNA GRAN AMIGA''

Pulso el botón de pausa y apago mi reproductor de música. Ya estoy casi lista. Mi hermano corre por toda la casa, histérico a más no poder. Hoy es el último partido de la liga infantil de fútbol de la ciudad, y su equipo se juega la final. Vamos a ir todos a verle, y como sé que hay confianza, confieso que hasta yo estoy un poco nerviosa. Hace bastante que no voy a un partido suyo, pero recuerdo que siempre se lo tomaba muy en serio. Casi demasiado para ser una liga amistosa de niños entre seis y ocho años. Tengo muchas ganas y sé que además le hace toda la ilusión del mundo. Mato dos pájaros de un tiro. Pasa por delante de mi habitación corriendo y se resbala con las baldosas del pasillo. Nada, no ha sido nada, un amago. Contengo la sonrisa cuando mira a su alrededor para asegurarse de que nadie le ha visto. Corre hasta el fondo y coge su mochila y en menos de tres segundos ya está otra vez en su habitación.

-¡MAMAAAAÁ! ¿¡DÓNDE ESTÁN LOS CALCETINES NEGROS DEL EQUIPO?!

Mi madre no tarda más de diez segundos en salir del salón y meterse en la habitación de mi hermano, con un par de calcetines negros con rayas horizontales blancas. Meto los brazos en mi cazadora vaquera y me recojo el pelo en una coleta casi ridícula por su tamaño. Un par de rizos se escurren y rebotan frente a mis ojos. Alcanzo mis pendientes de estrellas plateadas y me miro una vez más en el espejo. Esa cazadora es demasiado grande incluso para mí, que adoro llevar todo cuatro tallas mayor, pero es la que mejor esconde los moratones que se dibujan por todo mi cuerpo desde ayer. Lidia y su pandilla otra vez más. Ya me afecta tan poco que ni siquiera le doy importancia. Se cansaron a los diez minutos. Fue de risa. Sinceramente... su acoso ya no funciona. Ha quedado atrás, junto con toda la tristeza, ira contenida, miedo, nerviosismo y rechazo de la Tina de antes. Ahora es todo más sencillo. Sonrío a mi reflejo y asiento con la cabeza, dispuesta a afrontar un nuevo día. Dispuesta a vivir como acostumbro a hacer últimamente. Dispuesta a ser feliz otro ratito más. Caliento un poco de leche en el microondas y me preparo un colacao en un termo con dibujos de mariquitas. Es feo de narices, pero ya no me da tiempo para desayunar en condiciones, y tengo hambre. Creo que nos lo trajo mi tía de alguno de sus mil viajes. Lo que tiene estar jubilada y no tener ningún hijo al que mantener. En el momento en el que cierro la tapa mi hermano aporrea la puerta de mi padre. Me ajusto la goma del pelo y salgo a la puerta, para que vez que yo ya estoy lista y no se enfade luego conmigo. Siempre suelo ser la que tarda porque me gusta tardar. Más de una vez mis padres se han cansado de esperarme y se han ido sin mí. Mi tardanza no podría tener mejores ventajas.

-¡Papá, ya estamos todos listos, vámonos!

El partido es más intenso de lo que esperaba puesto que se trata de un par de equipos de niños a los que aún ni siquiera les sale pelo en las piernas. Puedo atreverme a decir que está hasta interesante. Y que a mí me parezca interesante un partido de fútbol... tiene su gran mérito, sin duda. Pasan la mayor parte del tiempo empatándose entre ellos, hasta que en los últimos dos minutos el equipo de Óscar mete un gol que celebra el estadio entero (o el par de bancos llenos de padres que vienen a ver a sus hijos) entre palmadas y griterío. Mis padres no se dirigen una sola palabra en el partido y soy consciente de que su relación, finalmente, está rota del todo. No me importa. Ahora mismo todo esto no me importa ni me afecta. Joder, soy feliz de una vez, la vida me sonríe. Me merezco mi felicidad, y ni el acoso del instituto, ni la enfermedad de mi padre, ni el embarazo de mi madre, ni que ahora mismo estemos todos juntos viendo un partido de su hijo que es mi mismo hermano y no nos hablemos va a quitármela. Ni de broma. Soy feliz y me lo merezco, aunque sea solo a cambio de todo el dolor que he aguantado en años. Por fin tengo una vida y por fin tengo ganas de vivirla. Por fin estoy viva y nadie va a matarme de nuevo. Nadie. Hay momento en el que papá sale del polideportivo a hablar. No tarda mucho, cuatro o cinco minutos, pero su expresión, a la vuelta, es completamente distinta. Está serio y casi mudo. Me pregunto si sería alguna llamada del centro de salud, pero trato de no darle vueltas al asunto. Porque estoy en el partido de mi hermano. Porque tengo mi derecho a no pensar. 

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora