Capítulo Treinta y Tres

260 22 4
                                    

''¿ES LA MUERTE EL FINAL DE TODAS LAS OPCIONES?''

Un golpe seco retumba por toda mi casa haciéndome saltar sobre la cama. Seguido a este, tres más suaves y, otra vez más, uno fuerte y estrepitoso. Me foto las legañas y busco mi teléfono móvil, pero entonces me acuerdo de que lo tengo apagado. Hace días ya de eso. Busco en los cajones de la mesilla hasta que encuentro mi reloj de pulsera. Aún son las once y veinte. Mierda. Yo tenía planeado dormir hasta las doce... de la noche, del día de año nuevo. Me levanto de la cama tirando las sábanas al suelo y abro la puerta de un golpe, dispuesta a gritarme con el que sea que haya osado interrumpir mi sueño, o con el primero que se cruce por mi camino. Lo que pase antes. La puerta principal de casa está abierta y se oyen voces desconocidas al fondo, en la habitación de mi hermano. Hay un montón de bolsas por el suelo, de tela, de plástico, de todos los colores. Levanto las cejas confusa ante tal panorama. Mi padre sale de la habitación de Óscar con una montaña de libros y cuadernos, que guarda en una bolsa gris. Mi corazón da un vuelco y la ira se disipa, dejando paso al más puro nerviosismo. Estoy nerviosa de pronto. Más que eso, tengo un ataque de ansiedad. Trato de tranquilizarme pero me siento fuera de lugar, de mi cuerpo. Es como si pudiera ver todo desde arriba, desde el techo, desde encima de mi edificio. Dudo unos instantes, pero tras un sexto golpe decido acercarme con rodillas temblorosas. Qué puedo perder ya. Un par de hombres salen entonces de la habitación con un colchón en brazos, y desparecen al bajar las escaleras del edificio. Asomo la cabeza por la puerta, hecha un manojo de nervios y con ganas de explotar. De risa. De lágrimas. Ya no sé ni qué me pasa.

-¿Qué es esto?

Mi padre dobla un par de sábanas de mi hermano y sale de la habitación, rozando mi hombro derecho. Se evaporan todas las nubes que no me dejaban ver nada, y es entonces cuando el alma, de pronto, se me cae a los pies. La habitación de mi hermano está patas arriba. En sus estanterías ya no queda ni rastro de todos los peluches, videojuegos y cuentos infantiles que antes adornaban las baldas de colores. Su armario está vacío, y las bolsas de la puerta llenas de camisetas de colores vivos, de la sección de niños. Su cama está desnuda y ya ni siquiera queda el colchón. La alfombra enrollada, la mesa desmontada, sus cajones vacíos. Todos los pósters de su habitación ya no están. 

Todo ha desaparecido de repente. Todo.

Contemplo aquello con las lágrimas asomando y el nudo de siempre agarrando mi garganta. Los hombres de antes aparecen otra vez por la puerta y vuelven a colarse dentro de su habitación. Uno de ellos comienza a destornillar las patas de la cama, mientras el otro se carga con algunas bolsas y las baja al camión. Mi padre aparece detrás de mí y mete dentro de otra bolsa el abrigo y una montaña de jerséis de lana de mi hermano. El de rombos, el que usaba siempre en las visitas de los abuelos, el que se puso para Navidad, está el primero. La boca me sabe a bilis.

-Papá, ¿qué es todo esto?

Mi padre me ignora por completo y vuelve a alejarse de camino a su habitación. Miro perpleja todo aquel panorama, y no tardo ni dos segundos en perder los nervios y ponerme a chillar.

-Papá, que me escuches.

Pero él sigue a su bola, ante la atónita mirada de los hombres del camión.

-¡Escúchame! ¿Estás deshaciéndote de todas las cosas de Óscar?-grito- ¡Ni siquiera hace un mes del accidente!

-No me chilles.-dice antes de meterse en su dormitorio.

Le sigo pisando fuerte en el suelo y tratando de hacer desaparecer el nudo que casi no me deja hablar, por no decir respirar.

-No puedes hacer esto.-y grito más.

Mi padre me pega una bofetada en la mejilla izquierda, que produce un golpe seco que se pierde en las paredes. Estoy segura de que los hombres de antes lo han oído, y por eso mismo, también estoy segura de que mi padre no volverá a ponerme una mano encima. No mientras ellos estén presentes. Lo sé tan bien como lo sabe él.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora