Capítulo Diez

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''SIEMPRE SON LOS DEMÁS LOS QUE SE MUEREN''

Me coloco bajo la ducha rápido y dejo que el agua caliente cubra todo mi cuerpo helado. Una nube de vapor sube hasta el techo de los vestuarios a causa de esta reacción. Muevo las muñecas poco a poco y me voy descongelando tras pasar una hora entera de educación física en el patio. Me duele todo el cuerpo de los balonazos que he recibido hoy, extrañamente más que el resto de los días. Me recojo el pelo rizado con la mano y dejo que el agua resbale por mi espalda. Suenan unas risas desde fuera y asumo que, como siempre, yo seré la causante de estas. Aclaro todo el gel azul de mi cuerpo y me cubro con mi toalla de rayas. Abro la puerta y salgo caminando con mis chanclas, con la llave de la taquilla en la mano. La introduzco en el orificio, la número cincuenta y tres, y giro hacia la izquierda. Al abrir la pequeña puerta afirmo de nuevo mi antigua teoría, vuelvo a ser la causante de las risas, mi ropa no está en mi taquilla. Paseo histérica la vista por todo el vestuario, pues sólo tengo cinco minutos antes de que toque el timbre. No puede ser tan difícil encontrar unos vaqueros de la talla cuarenta, una camiseta blanca y un jersey de copitos de nieve azules. Con eso me basta. Camino mirando cada una de las taquillas vacías mientras maldigo todo lo existente en bajo y compadezco mi mala suerte. Nada. Me siento en el suelo desesperada y pienso un plan. ¿Sería muy raro salir a la calle y correr a casa a esconderme bajo las sábanas, aunque tuviera que hacer el recorrido en chanclas y toalla? No, no puedo hacer eso. Me rindo y decido llevar al cabo el plan B, a pesar de la bronca que seguramente me caiga, ir a hablar con el director. Cuando estoy decidida a salir y ya tengo pensado un discurso en mi cabeza me encuentro de pronto con mi ropa aún doblada sobre una de las taquillas, rozando el techo. Me pongo de puntillas y estiro el brazo que no sujeta la toalla todo lo que puedo, pero no llego. Chasqueo la lengua y busco algo en lo que poder subirme. Arrastro el banco hasta donde estoy y me subo en él, vuelvo a estirarme todo lo que puedo, pero sigo sin llegar, está demasiado lejos. Me pregunto cómo lo habrán colocado ahí, pues soy de las chicas más altas de clase. Vuelvo a intentar estirarme pero se me engancha el pie en la rendija del banco y pierdo el equilibrio, me resbalo y, justo cuando estoy cayendo, aparece Nico desde el pasillo y me sujeta del brazo libre, manteniéndome en el aire durante unos segundos. Gira la vista hacia el techo y después hacia mí, que estoy sentada en el suelo con un pie enganchado en la rendija tratando de taparme todo el cuerpo como puedo. Suelta una carcajada y me ayuda a desencajar el pie.

-No sé cómo haces para andar siempre metida en líos.  

Le lanzo una mirada asesina. Acaricio mi pie libre y me pongo de pie. Nico permanece quieto mirándome, con las manos en los bolsillos.

-¿No piensas ayudarme?

Resoplo y vuelvo a subirme al banco, esta vez mirando dónde piso. Alargo el brazo todo lo que puedo sin resultado, sujetándome como puedo la toalla. Suelto un quejido en alto y le lanzo otra mirada, esta vez triste.

-Eres una mala persona.

Nico resopla y se sube al banco, agacha la cabeza para no darse con el techo y estira un poco el brazo. Coge mi ropa y se baja de él. Me bajo yo también del banco pero, al estirar el brazo para coger mi ropa, este la aparta y suelta una sonrisa burlona.

-No he dicho que fuera a dártela.

-Venga, Nico, no tiene gracia, voy a llegar tarde.

Este da un paso al frente y agacha la cabeza, acercando los labios a los míos.

-Dame un beso.-susurra.

-No.

-¿Por qué?

Aparto la mirada de la suya y me contengo. El timbre retumba por los pasillos ya vacíos y me doy cuenta de que, otra vez más, volveré a pisar el aula de castigados.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora