Capítulo Doce

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''Y QUE LA MUERTE SEA EL PEOR DE NUESTROS ERRORES''

Arrastro los pies por el asfalto mientras me recoloco el gorro rosa, que cubre mis rizos color avellana. Voy mirando al suelo, como siempre, y no me percato de que un chico me persigue. Hoy he salido por la puerta de atrás para no encontrarme a Nico. Llevo una semana dándole largas y, con un poco de suerte, estas navidades se me pasará la tontería. No puedo seguir pensando en él, no es sano. No puedo seguir colgada. Hoy es el último día de clases, con un poco de suerte a la vuelta habrá captado mis indirectas y no tendré que volver a verle. No es que no le quiera, por supuesto que lo hago, es solo... una medida preventiva. No puedo arriesgarme a hacer daño a más personas. No puedo arriesgarme a hacerme daño.

-¿Por dónde has salido? No te he visto.

Me giro y me encuentro a Nico agotado que se recoloca la mochila en la espalda y su gorro de lana oscuro en la cabeza.

-La de historia nos ha dejado salir un poco antes.

-¿Y no me has esperado?

-No me he dado cuenta, perdona.

El chico deja de mirarme y pasa a mirar al frente, a la calle vacía.

-Tina, ¿qué te pasa conmigo?

-Nada, ¿por qué?

-¿He hecho algo que te moleste?

-No.

-¿Entonces?

Resoplo y finjo una sonrisa.

-¡Ya te he dicho que no me pasa nada!

Se frota la cabeza y vuelve a dirigirme la mirada.

-Llevas evitándome toda esta semana, no te pienses que no me he dado cuenta.

Guardo silencio.

-¿No vas a decirme nada?

Continúo en silencio. Nico agacha la cabeza y me agarra de la muñeca.

-Tina...

 -Tenemos que dejar de vernos, Nico.-suelto.

-¿Por qué?

Pero no le respondo. Suelto mi mano y comienzo a andar mientras él permanece quieto en medio de la calle. No miro a atrás. No quiero despedirme aunque sé que es un adiós. Noto cómo da media vuelta y se marcha y también noto cómo, aunque he tomado yo la decisión, se me rompe el corazón en dos. Camino mirando al suelo y trato de aguantarme las lágrimas hasta llegar a casa, hasta estar en la intimidad, pero al montar en el bus rompo a llorar. Apenas conozco a ese chico de un par de meses, pero cada vez que estoy con él es como si le conociera de toda la vida. Como si todo, por arte de magia, estuviera bien, como si todo fuera sobre ruedas. Las lágrimas recorren mis mejillas empujándose unas a otras y yo las dejo estar mientras miro por la ventana como pasa la ciudad fría de luces navideñas apagadas. Los árboles sin hojas se tambalean con el viento, fríos y solos. Una chica que se sienta a mi lado me tiende un pañuelo y yo se lo agradezco y me sueno. Ni siquiera entiendo por qué lloro, yo misma he tomado la decisión de dejar de ver a ese chico que hace que me tiemble el pulso y que mi helado cuerpo entre en calor. Debo de ser imbécil. Conecto los auriculares a mi teléfono, pero tengo la mala suerte de que la primera canción que suena en el reproductor es <<Thousand Years>>, la canción que Nico tocó en el piano la otra vez. Mis lágrimas vuelven a empujarse entre ellas. ¿Es realmente un adiós? ¿De verdad es esto lo que quiero, no volver a ver a ese chico?

Pego un pequeño salto al darme cuenta de que me he quedado dormida. Miro a mi alrededor, ya no está la chica que me ha dado el pañuelo ni ningún otro pasajero. Estoy sola en el bus y, por supuesto, me he pasado mi parada. Pulso el botón de STOP y espero a que el autobús pare. Me bajo y miro a mi alrededor, no sé dónde estoy. Camino confusa entre calles hasta dar con una que me suena, y ya de ahí sigo el recorrido hasta mi casa. Por suerte mi orientación no es mala. Me seco el rastro que me han dejado las lágrimas en la cara y finjo una sonrisa antes de introducir la llave en la cerradura. Cuando abro la puerta oigo a mis padres discutir desde la cocina. Los gritos rebotan por todas las paredes de la casa y se pierden en el eco que produce el techo. Entro rápido en mi cuarto y cierro la puerta, pero de nada sirve, se siguen oyendo. Mi padre grita fuera de sí algo que no logro entender mientras mi madre llora y grita también. Me cambio rápidamente la ropa por el pijama y me recojo el pelo. Pego la oreja a la puerta, intentando comprender algo de lo que ocurre (todo a una determinada distancia, claro) pero en ese momento se abre la puerta de mi habitación. Me asusto, pero resulta que es mi hermano. Le dejo entrar y cierro la puerta detrás de él. El chico me abraza muy fuerte.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora