Capítulo Veinticinco

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''CUANDO LA MUERTE LLEGA, EL DOLOR TERMINA''

Un golpe seco retumba por toda la casa, seguido de las mil y un canicas que ruedan ahora por el suelo. Cuando abro la puerta de la habitación de mi hermano lo encuentro tirado en el suelo recogiendo bolitas de plástico de color rojo. Óscar vuelve a colocar las bolitas en la caja, junto con la pieza circular en la que están anclados cuatro hipopótamos de plástico, y cierra la tapa. Pone la caja del juego de mesa en la cama, me mira con ojos enormes pero de forma indiferente y vuelve a subirse a la silla de escritorio, donde se alarga todo lo que puede e intenta alcanzar ahora un juego de mesa de cartas.

-No te subas ahí Óscar, que te vas a caer.

Hace caso omiso y se alarga un poco más, hasta que sus dedos rozan la caja de cartón y mueven esta medio centímetro hacia fuera. Me pongo detrás suyo con un suspiro, lo suficientemente cerca como para que, a la segunda vez que mi hermano se pone de puntillas sobre el asiento, las ruedas de la silla se desplacen y este caiga de lado, encima de mis brazos que primero lo sostienen y más tarde lo dejan en el suelo.

-Te lo he dicho.

Refunfuña y se suelta de mis brazos. Corre hasta la cocina y vuelve dos minutos después arrastrando una silla de madera como puede. Coloca esta en el lugar de la otra y vuelve a intentar alargarse. Cuando ya lleva más de cinco intentos y sé de sobra que no va a parar hasta conseguirlo, porque es un cabezota y porque nunca se deja ayudar, alargo yo el brazo y cojo la caja.

-Tienes que aprender a dejarte ayudar.-digo tendiéndosela.

-Podía yo solo.

La deja sobre la cama, encima de la otra, y vacía su mochila de clase, llena de cuadernos y libros de colores, e intenta meter las cajas dentro. La segunda cabe. La primera no.

-¿Qué haces?-pregunto por fin a la vez que me siento en la cama.

-Me voy a dormir a casa de Ángel. Es su cumple.

-¡Qué suerte!-y ahora abre un cajón y saca un montón de coches pequeñitos que mete también en la mochila- ¿Y vas a llevar todo eso?

-Claro.

-Pero si Ángel seguro que tiene juguetes ya en casa.

-Ya, pero no son los míos.

Suspiro y observo a mi hermano, que ahora busca en los cajones del escritorio algo que no encuentra.

-¿Has metido ropa?-pregunto sabiendo ya la respuesta. Mi madre no está en casa.

-No.-dice, y se encoge de hombros.

-¿Hasta cuándo te quedas?

-Hasta el jueves por la tarde.

Eso es dentro de tres días. Cojo del armario el pijama, unas camisetas, calcetines y calzoncillos y saco los juguetes ante las críticas y quejas de mi hermano. Guardo todo en la bolsa, junto con el cepillo de dientes, y después meto el juego de cartas y algún coche de los de antes. El juego de los hipopótamos, por ley física, se queda fuera.

-Dame un beso, anda.

Se resiste pero finalmente me abraza fuerte. Abrazo de oso. Le beso la mejilla y me despido de él hasta el jueves. Sale corriendo y llama con ganas a la puerta del despacho de mi padre. Unos minutos después la puerta de casa suena con un portazo. Todo está otra vez en silencio y tranquilo. Coloco las cajas que ha dejado desordenadas por el suelo en la estantería casi a cámara lenta y me tumbo en la cama mirando al techo. Es más blanda que la mía, y está más calentita. Es mejor, pero a mí me gusta mi cama. No tiene nada en especial, pero es mía. Cierro los ojos y por un momento olvido la cama, y las paredes, y el aire que me rodea. Me concentro en no concentrarme en nada. Me concentro en desconectar y salirme del mundo y de la vida. Y por un momento no pienso en nada. No soy persona. Es como si desapareciera. Como... si no estuviera presente.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora