CAPÍTULO 2: LAS COCINAS.

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CAPÍTULO 2: LAS COCINAS.

Las cocinas era uno de los lugares al que Jo más frecuentaba

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Las cocinas era uno de los lugares al que Jo más frecuentaba. Le agradaba el aroma de los pasteles penetrar su nariz, de las galletas recién horneadas por la señora Humphrey. Pasaba todas sus mañanas y tardes entre hornos y ollas, aunque no hiciera nada, no porque no le gustara, sino porque la señora Humphrey le prohibía incendiar la cocina.

Esa mañana en específico, Jo se encontraba sentada en las escaleras de piedra de la puerta, con los pies descalzos y un sucio vestido. Bien podría confundirse con alguna cocinera de por ahí.

—Muchos dicen que el secreto de una buena comida es hacerlo con amor.—estaba hablando la señora Humphrey, a quien Jo le gustaba llamar Humm. Porque cuando era pequeña, aquel nombre largo le era difícil de pronunciar. Jo prestaba atención a todo lo que decía la cocinera, pues la comida era uno de sus propios milagros. Sin ella, tal vez se sentiría perdida en la vida.—La mayoría de las personas que aseguran eso son un asco de personas. La escoria de la humanidad, te podría decir. Conocí a una mujer, su nombre era Petunia...sí, como tu gallina. Ella decía que sin amor, un cocinero no podría ser cocinero, que sin amor la comida no era más que un trozo de animal despedazado. Petunia murió de un ataque al corazón. Era la persona más amargada que he conocido. No amaba a nadie. Siempre que cocinaba, hablaba sobre cuánto odiaba a sus hijos, y aún así seguía profesando el amor que ni ella misma era capaz de sentir.

Jo soltó una risita.

—Tal como los fanáticos de la biblia. Profesan amor y...bueno, ya sabes lo que hacen con quienes no creen en sus ideales.

La señora Humphrey dejó el cucharón de lado y se giró a mirarla.

—Tienes demasiada razón, Jo, pero nunca digas eso frente a un religioso. Podrían encerrarte en un hospital psiquiátrico o peor...mandarte a la silla eléctrica. Nunca se te ocurra decir lo que piensas sobre ellos.

Jo bajó la mirada hacia sus temblorosos dedos.

—Es extraño.—susurró la chica. Estaban solas en la cocina, aun no llegaban las demás cocineras.

La señora Humm reanudó su tarea.

—¿Qué es extraño, pequeña?

Jo frunció el ceño.

—Los fantasmas. Ellos son la única cosa que nadie cree, y que me han atemorizado toda la vida. Es extraño que todo el mundo crea en alguien a quien nunca ha visto, pero cuando alguien, en especial una niña...dice que los fantasmas la persiguen, bueno...nadie le cree. Bien podrían encerrarla en un manicomio y a nadie le importaría.

La señora Humm soltó un suspiro.

—Eso solo refuta mi orden, señorita. Nunca menciones tus ideales frente a esa clase de personas. No porque crean en un dios, no, eso es bueno, en realidad. Pero cuando sus creencias les dicen que todos cuantos no crean en lo que ellos deberán ser condenados, bueno, eso traspasa fronteras de autoridad estúpida. Aún así, el mundo les ha dado la oportunidad de asesinar en nombre de su absurda iglesia.

Jo soltó una risotada.

—Es extraño odiar a los fanáticos cuando mis padres lo son.

—No hables por el señor Turner.

—Bueno, mi madre sí que lo es. Tan religiosa que da miedo.

—¿Por qué crees que tu madre nunca ha podido ver un solo fantasma? ¿Por qué crees que solo yo, tu y tu hermana los han visto? ¿Por qué ella es muy mayor? Claro que no. No ha logrado verlos porque no cree que existan...

—Pero sigue pensando que alguien de los cielos le va a responder alguna plegaria...

La señora Humm se giró a mirarla.

—Lo siento.—siguió Jo.—Siempre he creído que las plegarias son para hablar con uno mismo. De pequeña, bueno, de pequeña me daba miedo que alguien que no fuese Dios o yo escuchara mis lamentos. A veces creía que hablaba con alguien más, y entonces lloraba y la piel se me ponía de gallina. No me gustaba esa sensación.

—Como aquel día, que te rehusaste a rezar por la noche y tu madre te encerró en el cuarto de escobas.—La señora Humphrey hizo una mueca.—Los padres no deberían tener hijos sino van a esforzarse en entenderlos.

Jo se frotó la frente.

—Dile eso a mi madre y te dirá que me conoce más que yo misma.

—Nadie te conoce Jo. Ni siquiera yo, y eso que te he cuidado desde que saliste de tu madre.

—Creo que ni siquiera yo me conozco. No sé en qué creo.

—Crees en fantasmas.

—Pero porque los he visto. Si nunca los hubiese visto, es probable que no creyera en ellos...pero Oliver...él es tan real que cala en los huesos.

Humphrey se giró de golpe, dejando caer el cucharón al suelo.

—¿Oliver?

Jo se golpeó mentalmente. Sus mejillas se ruborizaron. Nunca había mencionado la existencia de aquel chico entre las paredes de su hogar, ni siquiera a la señora Humm. Mucho menos a sus padres.

—Es un chico. Murió antes de que yo naciera, es el único que no da miedo entre todos los demás.

Humphrey se recargó en la superficie de la mesa de madera donde cortada verduras. La miró un momento. Jo, desde la altura de la cocinera, parecía una niña pequeña. Con sus bucles desordenados en colores negros y sus mejillas sucias por el carboncillo del horno.

—¿Oliver? ¿Cuál es su apellido?

Jo frunció la frente. Sus negros ojos se mostraron confundidos.

—No lo sé. Nunca lo ha mencionado...creo que cuando estás muerto es lo que menos importa.

—Oliver es un nombre común.—aseguró Humm.—Podría ser cualquier chico que haya fallecido aquí.

—¿Conociste a algún Oliver?

Cuando Jo preguntó aquello, el rostro de la cocinera se tornó cenizo. Fue como si la sangre se le hubiese bajado hasta los pies.

Cuando recupero la compostura, se aclaró la garganta.

—No, en realidad. Muchos chicos Oliver han pasado por aquí.—Humm se dio la vuelta y continuó cocinando. Algo en su respuesta hizo que Jo no le creyera en lo más mínimo. Puedo decir que Jo tenía razón. Aquella respuesta fue una mentira de tantas que Jo había escuchado toda la vida.

 Aquella respuesta fue una mentira de tantas que Jo había escuchado toda la vida

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