CAPÍTULO 7: UNA PROMESA.

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CAPÍTULO 7: UNA PROMESA.

Si Jo hubiese sabido que sería tan fácil quitarle la llave a Jace, ni siquiera se habría molestado en ponerse nerviosa

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Si Jo hubiese sabido que sería tan fácil quitarle la llave a Jace, ni siquiera se habría molestado en ponerse nerviosa. Si la chica hubiese sabido lo que sucedería después, probablemente no hubiese ayudado a Gilderoy. Pero lo hizo, y no había nada sobre la faz de la tierra que pudiese cambiar el rumbo que habían tomado las cosas.

Jo insertó la llave dentro de la cerradura y el chasquido de esta al abrirse le produjo un escalofrío. Gilderoy le agradeció infinitamente y salió. Cuando lo hizo, fue casi tan emotivo como si hubiese regresado a la vida. Sin embargo, Jo sabía que aún no podía irse Gilderoy, no hasta saber la causa de su muerte. Fue por eso que, aquella noche en que el hombre de ojos sangrantes y piel curtida le tomó el hombro, Jo aceptó ayudarlo cuando este le suplicó que descubriera cómo había muerto.

Jo pasó saliva.

—Lo haré.—era una promesa, aunque no se lo hubiese dicho directamente. Jo cumplía sus promesas y había estado rodeada de fantasmas tanto tiempo como para encariñarse con algunos. Sentía en el fondo del alma que Gilderoy era una víctima, no era justo que vagara por aquellas paredes.

El hombre sonrió y desapareció, dejando una estela de humo blanco a su paso. Jo sonrió, ese humo...había aparecido un par de veces con Oliver. Significaba algo bueno. O eso creía ella.

Pero entonces, una voz la sacó de su ensimismamiento.

—Jo...¿Qué haces aquí de nuevo?

Era Jace, estaba recargado sobre la escalinata y la miraba desde su gran altura. Jo frunció el ceño y se levantó de golpe. Era lo suficientemente pequeña como para no romperse el cráneo contra el techo de la escalera. Se alisó las faldas del vestido y Jace le tendió una mano. Jo la tomó y el chico la ayudó a salir del recoveco.

—Yo...estaba...

—Tal parece que disfrutas más mis escaleras que yo mismo...

Jo soltó una risita nerviosa, saliendo a la luz del vestíbulo. Ya casi no quedaban invitados presentes, y los pocos que había habían tomado asiento en los sofás de terciopelo, conversaban entre ellos con copas de vino tinto en las manos. Jo regresó sus ojos negros hacia los de Jace, que curiosamente eran del mismo color.

—Solo estaba...aburrida.—ni siquiera era verdad. Pero Jo no era buena mintiendo, yo mismo estaba al tanto de aquella absurda información.

Cuando Jo era pequeña, su madre siempre había alardeado que Jo era todo lo que quisiese ser, pero nunca una buena mentirosa. Y, aunque Lilian Turner la había criado como una señorita de modales y como una joven sincera, Jo a veces tenía que recurrir a las mentiras, aunque no le gustase en lo absoluto.

Como aquella vez, cuando accidentalmente había dejado caer una de las muchas estatuas de su padre. Se había roto en pedazos. Jo había culpado a un gato que mágicamente había desaparecido.

LOS MUERTOS NO CUENTAN CUENTOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora