CAPÍTULO 15: UN NUEVO DESCUBRIMIENTO

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CAPÍTULO 15: UN NUEVO DESCUBRIMIENTO

Los días habían pasado, entre platicas nocturnas y sustos a la media noche

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Los días habían pasado, entre platicas nocturnas y sustos a la media noche. Jo casi se había acostumbrado a encontrar a Oliver sentado a la mesa del comedor, viéndola cenar.

Era una nueva faceta del joven.

Como la noche anterior.

Jo se había sentado junto a Elizabeth y sus padres. Ahora Lilian no la reprendía, estaba enfrascada reprendiendo a su padre por estar leyendo a la mesa.

De un momento a otro, Oliver había aparecido a su lado. Le había robado los cubiertos y Jo no podía hacer nada sin demostrar que estaba malditamente loca.

Sin embargo, le tranquilizaba saber que podía estar junto a Oliver en algún contexto medianamente normal. Tenerlo ahí era como si estuviesen cenando juntos, aunque Oliver no pudiese comer.

Jo abrió la puerta de golpe. Siempre lo hacía. Era una delas características más cuestionables de la joven.

Era una habitación fría y oscura. Tenia un cartelito de plata sujeto a la superficie, donde se leía el nombre de: Gilderoy Beaufort.

Jo nunca la había visto, pero Oliver le había dado la idea de que debía haber una habitación perteneciente al difunto Gildeoy.

Y Jo se había enfrascado en un nuevo propósito: encontrar su antigua habitación. Tal vez no sirviera de mucho, por no decir de nada, pero era lo más cerca que estaba de hallar alguna respuesta.

Había encontrado la habitación de Gilderoy junto a la escalerilla del ático. La sensación de pánico se apoderó de ella, pero trató con todas sus fuerzas de evitar mirar hacia la oscuridad procedente del lugar. Estaba abierta, por lo que pudo ver por el rabillo del ojo.

A pesar de la confusión que cubrió su rostro, no se iba a desviar del camino, mucho menos para averiguar por qué estaba abierta la escalerilla.

Así que entró a la habitación de Beaufort y cerró de un portazo. Ni siquiera le importó si había hecho mucho ruido. Su padre estaba en su cuarto de dibujo y su madre elaborando algún ajuar de bodas para las famosas novias de otoño.

Había cierta oscuridad dentro del lugar. La única luz provenía de la rendija de una ventana. El haz que proyectaba era como un rayo de polvo que apuntaba directamente a su rostro.

Jo tosió, expulsando volutas de tierra.

Entró dando un traspié.

Había un par de libros sobre la cama, que estaba perfectamente tendida. Era como si el tiempo hubiese sido el único huésped de la habitación en muchísimos años.

Dieciséis, para ser exactos.

Se giró en todas las direcciones posibles, y entonces lo encontró.

Un pequeño gato negro sentado sobre las patas traseras. Supo de inmediato la naturaleza de su presencia, pues una de sus orejas dejaba pasar un rayo de luz matutina. Un agujero del tamaño de un pulgar estirado residía en la piel de su oreja oscura.

Un fantasma, claro estaba.

Sin embargo, Jo no sintió miedo.

A pesar de que nunca hubiese visto un animal dentro de la casa, no le sorprendió en lo absoluto.

El gato se acercó a rastras hacia ella. Era como si la muerte no hubiese afectado en él, seguía poseyendo la misma elegancia felina que sus hermanos vivos.

Jo lo miró con atención.

El animal se sumergió bajo la cama y desapareció en un débil susurro.

Jo se tiró sobre el suelo y se arrastro hacia donde se había sumergido el gato.

Sin embargo, bajo la cama solo había una vieja caja metálica recubierta de polvo y tiempo.

Era como si el gato nunca hubiese estado ahí.

Jo frunció la frente y estiró el brazo, tratando de alcanzar la caja entre sus dedos.

Cuando lo logró, retrocedió sobre sus rodillas hasta quedar a horcajadas sobre el suelo.

Sus dedos temblaban. La caja temblaba sobre estos.

La piel jugosa de Jo dejó un camino de limpieza sobre la pulida superficie polvorosa del metal de la caja.

Jo la depositó en el suelo y sus dedos tamborilearon sobre la cerradura.

Una llave, pensó. Era lo que necesitaba.

Frunció el ceño.

No había ninguna llave por el lugar.

Era una suposición absurda, pero necesitaba intentar con todo lo que estuviese a su alcance.

Se metió la mano por el cuello del camisón y encontró sobre su piel el colguije que Jace le había obsequiado.

Se sacó el collar, enredándose entre sus cabellos revoltosos.

La pequeña llave de las escaleras de la casa Potter centelleó sobre su mano, entre sus dedos.

Jo contuvo el aire.

Hundió la llave en la cerradura de la caja metálica.

El sonido de metal contra metal y el crujido de este le indicó que la caja había sido abierta.

Frunció el ceño.

¿Qué relación tenia aquella llave con las escaleras de los Potter y la caja bajo la cama?

Ni siquiera se molestó en preocuparse por aquello.

Abrió la caja, de golpe.

Sus ojos brillaron.

Necesitaba mostrárselo a Oliver.

Necesitaba mostrárselo a Oliver

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LOS MUERTOS NO CUENTAN CUENTOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora