CAPITULO 37: HAMLET.

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CAPITULO 37: HAMLET.

La historia decía que aquel teatro no siempre había sido aquello

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La historia decía que aquel teatro no siempre había sido aquello. Un par de décadas en el pasado, aquel edificio de columnas antiguas había pertenecido a un hombre cuyo nombre no se menciona. Aquel hombre había construido desde los cimientos el edificio con otro nombre: "El Noctum".

El Noctum había sido ni más ni menos que un prostíbulo. Su hija, Morgan Butler, había luchado por las mujeres que pasaban sus vidas atormentadas por el dinero y la infelicidad de vender sus cuerpos a cambio de miserias.

Morgan Butler las había ayudado a liberarlas y había remodelado el edificio, haciendo de él lo que siempre deseó: un teatro.

Morgan era una dramaturga, escribía teatro y le gustaba representarlo en su propio edificio, aunque había veces, como aquella noche, en las que sus obras no eran las protagonistas del escenario.

Pensó en Minerva...su madre era Morgan Butler, Jo pensó en qué haría la mujer su supiera lo que el hombre junto a ella había hecho con su hija.

Jo pasó saliva cuando el brazo de Jace envolvió el suyo.

Ella misma se encargaría de que el mundo lo supiera.

-Estás demasiado callada.

-¿Qué?-Jo salió de su trance y se giró a mirarlo. Subían las escaleras como autómatas, tomados de las manos.

Pensé que era la mismísima representación del matrimonio aquella escena entre los dos chicos que se habían jurado el mundo sin pretender amar al otro.

-Desde que te subiste al carromato no has abierto la boca más que un par de veces.

-¿De verdad? No me había dado cuenta-claro que se había dado cuenta, Jo no era ninguna tonta.

-¿Sucede algo?-preguntó Jace en voz baja, entregando ambos boletos dorados al hombre de la entrada. Este los miró a contra luz y los perforó. Jo sonrió cuando el hombre le entregó el boleto que le correspondía.

Ya sabía yo la razón de aquella sonrisa: Jo tenía debajo de su cama una caja con antiguos boletos de antiguas puestas de teatro. Le gustaba coleccionar cosas, siempre decía que era un sinsentido, pero he de decir que era lo que caracterizaba a mi Jo: era su manera de amar a la vida.

-No, está todo bien-respondió Jo, guardándose el boleto en su pequeña bolsa de terciopelo, que colgaba ligeramente por su muñeca.

Jace le regaló una sonrisa y la arrastró con él dentro.

Las puertas de vieja madera eran gruesas y anchas, con vitrales que retrataban rostros con diferentes facciones y emociones. Siempre que Jo las miraba, sentía un vuelco al corazón: era casi como si perteneciera a aquel lugar.

Dentro había una profunda oscuridad, que era corrompida de vez en cuando por la luz de los candelabros en el abovedado techo. Las columnas del lugar eran como una decena de lámparas de gas, que se encerraban en cristales de colores tenues. Era como el otoño.

LOS MUERTOS NO CUENTAN CUENTOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora