El amor entre vivos y muertos es meramente imposible, pues los muertos no cuentan cuentos, y los vivos no saben de amores.
Jo y Oliver son almas inseparables. Pero siempre estará aquella barrera. Jo es de carne y hueso, Oliver es un fantasma que vag...
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Jo se apartó de él. Cuando encontró su mirada, entre la penumbra dorada, descubrió lo brillantes que se encontraban los ojos de Oliver. Sus carnosos labios estaban rojizos e inflamados, efecto secundario de la enfermedad llamada deseo.
-Jo...-susurró él, con el rostro brillante. Josephine jamás lo había visto tan...¿Feliz?
Y era verdad.
Era la primera vez en que Oliver estaba completamente feliz.
Sus manos estaban unidas, y Jo sentía los dedos de Oliver acariciar con cariño los suyos.
Jo lo miró, sus ojos se encontraron como dos imanes que por mucho tiempo estuvieron buscándose.
-Es hora-.susurró ella, tomando la mano del joven entre sus dedos y arrastrándolo con ella hacia el jardín. Las puertas de este se encontraban escondidas tras el pesado cortinaje, al fondo del salón de baile cubierto de luces doradas.
Los pasos de Oliver estrellándose en el mármol del suelo pulido le dieron a entender que la seguía de cerca. El nerviosismo y la felicidad de ambos jóvenes tomados de la mano era contagioso. Incluso la noche parecía más viva que hacía unos momentos.
Incluso las estrellas, que colgaban inmóviles en el firmamento, parecían girar en el cielo con una joven energía que fluía en sus destellos.
-¿Y si no funciona? ¿Y si los otros me mintieron? ¿Y si...?
Jo se giró y tomó el rostro de Oliver entre sus manos. Sus dedos acunaron las mejillas del joven y sus temblorosos labios de deseo se estrellaron sobre los del fantasma, haciéndolo callar.
Oliver contuvo el aliento y su respiración se aceleró cuando Jo lo arrastró con ella al exterior.
Fundidos entre besos, la brisa nocturna y los rayos de luna se estrellaron sobre la piel de Josephine.
Imaginó sentir la caricia del viento, imaginó el frío que corría por entre las aberturas de su camisa de lana cuando Jo se apartó de él.
Los ojos del joven brillaron, con el reflejo de millones de estrellas que sonreían ante el milagro ocurrido en la mansión de los Turner: el joven que había creído no ser merecedor del mundo se estaba abriendo ante él, y con este una maraña de posibilidades.
Jo lo miró desde su baja estatura, unos pasos frente a él, en medio del jardín. En medio de los matorrales oscurecidos por la noche.
Oliver contuvo el nocturno aire en sus fantasmales pulmones.
Creía que era un sueño.
Pero era imposible, los fantasmas no dormían.
Sin embargo, Oliver había pasado miles de noche soñando despierto, y quien acudía a sus sueños siempre había sido la joven de negros cabellos que se bamboleaba frente a él con una sonrisa más que perfecta.
-¿Es real?-preguntó el joven con un hilo de voz. Esta pendía, capaz de romperse con la brisa. Una voz fantasmal cargada de nostalgia gélida.
-Es real, y a pesar de todo lo que digas, tu eres tan real para mí como yo misma-.la voz de Jo se quebró cuando Oliver la envolvió entre sus brazos. Y bajo las estrellas del cielo, estas fueron testigos del amor que irradiaban los vivos y los muertos.
Aquella noche corrieron, tomados de las manos, bajo el manto de la oscuridad. Se tiraron y rodaron en el césped color plata, con las piernas enroscadas en una danza clandestina.
Aquella noche fue la primera noche de sus vidas.
Aquella noche fue la primer noche que realmente se sintió viva.
Pero todo lo que subía, tenía que bajar.
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