CAPÍTULO 39: LA SOLEDAD DEL INFIERNO.

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CAPÍTULO 39: LA SOLEDAD DEL INFIERNO.

Entró como alma que lleva el diablo, con sus resonantes pasos alborotando el polvo del suelo

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Entró como alma que lleva el diablo, con sus resonantes pasos alborotando el polvo del suelo. El traqueteo de sus botas sobre el mármol bien podría despertar a los muertos, y se hubiese dado cuenta de que lo había logrado de no ser porque estaba perdida en las memorias del olvido.

Decenas de ojos fantasmales sobresalieron de las paredes, mirando a la joven de rizos oscuros que corría con lágrimas resbalando de sus mejillas.

No era normal que Josephine Turner llorara, a decir verdad, lo hacia muy a menudo mientras la rodearan cuatro muros silenciosos en la comodidad de su acostumbrada soledad.

Lo que no era normal era que corriera como desquiciada en medio de la noche huyendo de los pasos de un muerto.

Oliver la seguía, gritándole que parara, que necesitaba hablar con ella.

Jo negaba con la cabeza y le decía que era imposible, que todo estaba arruinado.

Se obligó a sí misma a detenerse solo cuando Oliver se materializó frente a ella, obstruyéndole el paso entre sus aposentos y el salón de baile.

Jo contuvo el aliento y lo miró un momento, se frotó las mejillas con rudeza y lo encaró.

-Déjame en paz-bufó ella, retrocediendo unos pasos. Cuanto más retrocedía, Oliver más se acercaba.

El chico extendió una pálida y temblorosa mano, intentando a ciegas detener a su amada de alejarse para siempre.

La impotencia, el dolor y la traición...sabía lo que Oliver sentía, yo mismo lo había sentido alguna vez en carne propia.

El sentimiento de que ya nada volvería a ser lo mismo pero el deseo de aferrarse a algo que lo hiciera sentir vivo.

-Jo, por favor-susurró el joven. Las lagrimas surcaban su rostro e inundaban sus labios como viejas heridas de sangre acuosa.

-No te atrevas a volver-respondió ella con la mandíbula apretada y las mejillas ardiendo del cólera que la consumía desde dentro.

Oliver intentó dar un par de pasos al frente, pero Jo se rehusó con el alma en duelo y retrocedió. Si seguía de aquel modo no le quedaría otra alternativa que estrellarse contra el muro, y solo Dios sabía lo que sucedería después.

-No me pidas que me vaya cuando sé que no es lo que deseas-susurró Oliver. Sus ojos estaban entreabiertos y una lluvia de dolor los cubría. Sus labios hinchados temblaron cuando intentó pronunciar el amor que sentía por ella y quedó acallado con los truenos del exterior. El exterior que solo era un reflejo de lo que Jo sentía: la lluvia torrencial que amenazaba con hundirla en el medio del océano.

-No importa si es lo que deseo o no. Oliver...me abandonaste-Jo sintió su pecho apagarse con la desilusión de sus propias palabras. Era cierto. Era verdad lo que había escuchado, lo que había sentido...el hombre en quien más confiaba en el mundo la había abandonado a su suerte después de jurarle el amor que nadie le había profesado.

LOS MUERTOS NO CUENTAN CUENTOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora