CAPÍTULO 1: DURMIENDO ENTRE FANTASMAS.
Los gritos despertaron a la joven. Solo la familia Turner, y yo, sabíamos lo que sucedía cada noche en aquellas paredes. Gritos y gritos, de sirvientas y de Elizabeth. Jo lo sabía, así que se levantó con pesadez de entre las mantas y fue hasta su puerta. Su alcoba era grande, casi como si se tratase de una princesa. Había vestidos por doquier, vestidos que su madre había confeccionado en aquellas solitarias tardes lluviosas.
La joven tomó el quinqué de petróleo y salió al pasillo, este estaba bordeado por la barandilla de las anchas escaleras. Si asomaba la cabeza, en tal caso, la altura bien podría arrojarla hasta la enorme alfombra que residía a los pies de la chimenea de entrada. Jo se frotó la nariz y siguió los sollozos. Provenían de la habitación de Elizabeth.
Sus padres no lograrían escuchar aquellas súplicas, por mucho que sus hijas les importaran, pues era bien sabido que los señores Turner se encontraban a una larga distancia de las habitaciones de las chicas.
La oscuridad era penetrada solo por la ligera luz del quinqué. Jo sentía sus pies helarse con cada paso que daba. Ella podría decir que aquella tarea no le aterraba, pero yo sabía que sí. Sus peores pesadillas residían en aquella casa plagada de maldad y de almas errantes.
Jo apretó la mandíbula. Si tan solo estuviese Oliver merodeando por aquellos pasillos...
Pero era un tanto difícil, pues Oliver nunca había aparecido por aquellos lugares.
Sin embargo, otros sí que habían logrado subir las escaleras.
Otros que no eran tan buenos como Oliver.
—¡Ayuda!—era la voz de su hermana. Era la quinta noche consecutiva que sucedía aquello, y Jo ya estaba un poco harta. Por la mañana le había dicho a la señora Turner que no le agradaba la idea de despertar en medio de la noche por los gritos de su hermana mayor. Su madre solo le había lanzado una mirada venenosa. Así que eso era todo. En eso se resumían sus tareas: cumplir sus castigos y cuidar a su hermana de fantasmas que sus padres no eran capaces de ver.
La puerta de Elizabeth se erguía al final del pasillo, y Jo apuró el paso. Amaba a su hermana, a pesar de las absurdas comparaciones que le habían taladrado la cabeza en años anteriores. Elizabeth no tenía la culpa de ser perfecta.
Jo abrió la puerta, de golpe.
—Elizabeth, ya estoy aquí.—susurró Jo, cerrando la puerta a su espalda. El quinqué iluminó una habitación ordenada y pulcra, con cortinajes pesados en colores rojizos. Su hermana estaba en el centro de la habitación, abrazada a las mantas de su adosada cama. Jo se acercó a ella.
—¿Lo ves?
Jo soltó un suspiro. Claro que lo veía. Siempre lo había visto, desde que tenía uso de razón. Pero que lo pudiera ver no significaba que quisiera verlo, así que le dio la espalda.
—Ya estoy aquí.—repitió Jo, se acercó a la joven y se metió entre las mantas. Procuraba no mirar la esquina de la habitación, sin embargo, aun podía sentir aquellos negros ojos mirándola desde la oscuridad. Escuchaba esas conocidas garras rasgar la superficie del tapiz. Escuchaba la respiración putrefacta y olía el peculiar aroma de las profundidades del mar. Escuchaba el chapoteo de un par de pies siendo arrastrados. Aun así, no despegó sus ojos de los de su hermana y la obligó a no mirar hacia la oscuridad.
—¿No deberíamos hacer algo?
—Creo que has hecho suficiente.-susurró Jo, sonriendo.
—No creo que gritar haya ayudado mucho.
—No ha ayudado en estas cinco noches seguidas.—Jo soltó una risita.
Los pasos chapotearon, llevaba agua en las botas, lo pudo sentir en los huesos. El aroma fétido le llegó a las fosas nasales.
—Sólo cierra los ojos. —Jo se metió entre las mantas. Estaba acostumbrada a dormir con cientos de ojos fantasmagóricos mirándola de todas direcciones. Estaba acostumbrada a dormir con el arrullo de docenas de respiraciones contra su oído.
A pesar de eso, nunca había comprendido por qué entre aquellas respiraciones y ojos, nunca habían estado los de Oliver.
—Tengo miedo. —Eli se metió junto a ella, en las mantas, y Jo pudo ver entre la penumbra del quinqué las lágrimas surcar su rostro.
—No sirve de nada. Ellos jamás se irán. —aseguró Jo, limpiando las lagrimas de su hermana. A pesar de que Eli fuese mayor que Jo, no era muy fuerte en aquellos temas. Los fantasmas, bueno...no le agradaban.
Jo podría admitir que tampoco le gustaba sentirse intimidada en su propia casa, aún así, encontraba cierto regocijo en ser de las pocas personas en la mansión con el poder de establecer un contacto directo con ellos. Con Oliver, sobre todo. Los demás fantasmas le producían arcadas, pesadillas. Pero Oliver era diferente. Oliver no producía pesadillas, él creaba mariposas. En sus intestinos.
No sabía qué sensación daba más miedo.
Pero yo sí.
Era obvio que el amor era más peligroso que unos cuantos fantasmas caminando alrededor de tu cama, entre cadenas y susurros.
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LOS MUERTOS NO CUENTAN CUENTOS ©
ParanormalEl amor entre vivos y muertos es meramente imposible, pues los muertos no cuentan cuentos, y los vivos no saben de amores. Jo y Oliver son almas inseparables. Pero siempre estará aquella barrera. Jo es de carne y hueso, Oliver es un fantasma que vag...