El amor entre vivos y muertos es meramente imposible, pues los muertos no cuentan cuentos, y los vivos no saben de amores.
Jo y Oliver son almas inseparables. Pero siempre estará aquella barrera. Jo es de carne y hueso, Oliver es un fantasma que vag...
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Jace tomó la taza de té entre sus dedos. Se le veía tembloroso, con todo lo que había sucedido ni siquiera había habido tiempo de hablar. Jo estaba sentada frente a él. Lilian y Gregory los habían encerrado en el salón del té de la casa Potter, y Jo ya sabía las razones.
Le molestaba, le generaba un impenetrable odio en el corazón el pensar lo que Jace había hecho con ella y lo poco que a su madre le interesaba.
Mientras observaba a Jace y sus movimientos, sus ademanes, más odiaba cada parte de él. Sus negros ojos, que en otro tiempo incluso llegaron a parecerle atractivos, ahora estaban cargados de crueldad. Lo observaba y se detenía, lo observaba y sus ganas de asesinarlo la llevaban al borde del colapso.
Estaban sentados en una pequeña mesita de jardín, en la terraza. Aun si quisiera escapar de su evidente destino, la caída de la terraza al jardín sería catastrófica. Una muerte lenta o una vida sin poder usar sus extremidades.
Así que la única opción era permanecer sentada, observando los repugnantes movimientos del hombre que le había robado la tranquilidad y el valor.
Que le había robado lo más valioso que poseía: la cordura.
Pero Jace no se daba por enterado. Su tenebrosa sonrisa enmarcaba sus afilados dientes.
"Los hombres nunca cambian" pensó ella, dándole vueltas a esa corta y simple oración que estaba cargada de una empírica verdad que calaba sus huesos y su conciencia. "Y si en algún momento lo hacen, no será más que para empeorar". Había dado en el clavo. Jace no solo no había cambiado, sino que se había transformado en el ser que permanecía en el asiento frente a ella, bebiendo el té de la tarde: Un monstruo de cabello corto y rizado como oro derretido, de ojos negros y mortales, con la maldad corriendo por sus venas en lugar de sangre.
Y Jo estaba harta.
Josephine ya no permanecería con los brazos cruzados.
Entonces, Jace abrió la boca.
-El té...bien podría tener veneno y no me sorprendería-.susurró él con una sonrisa torcida en los labios. Jo lo miró desde el otro lado de la mesa, con los ojos entreabiertos e impenetrables.-Sabemos que no quieres esto. Lo sé, ellos lo saben, y tú lo sabes. Que divertida encuentro esta situación. Si el té tuviese veneno, no me sorprendería en lo absoluto...es el arma favorita de las mujeres.
Jo torció una sonrisa fingida. Claro, pensó, el arma favorita de las mujeres.
Pero no dijo ninguna palabra. Sus dedos estaban firmes en lo que sostenía entre sus piernas, entre las faldas de su vestido cual plata derretida.
-Así que haremos esto, Turner. Sino sales por esa puerta con un anillo en tu dedo, bueno, no saldrás nunca por esa puerta. Si el mundo descubre que te entregaste a un hombre antes de desposarlo...bueno, tu vida quedará arruinada-.Jo apretó la mandíbula. No dijo nada, de nuevo. Sus dedos acariciaban el frío metal entre sus manos. Jace continuó, sin la más remota idea-. Así que tienes una única alternativa: casarte conmigo.