Cap. 37

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Advertencia

Este capitulo contiene lenguaje inapropiado y sexual

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Eren durmió la mayor parte de las primeras cuarenta y ocho horas, y de repente, de un modo asombroso, empezó a tener mejor aspecto, su cutis recuperó el color y desaparecieron esas ojeras azuladas, sus espasmos disminuyeron y recuperó el apetito de nuevo: recorría despacio ese bufé interminable y extravagante, diciéndome qué quería en el plato.

Supe que había vuelto a su ser cuando me desafió a probar cosas que no habría probado de otro modo: curris criollos picantes y mariscos cuyos nombres no reconocía.

Enseguida, antes que yo, pareció estar como en casa, y no era de extrañar, tuve que recordarme que, durante la mayor parte de su vida, este era su dominio (el mundo, la inmensidad de las costas), no ese pequeño pabellón a la sombra del castillo.

Tal como prometió, el hotel le proporcionó una silla de ruedas especial, de ruedas anchas, y casi todas las mañanas Jean lo montaba en ella y los tres paseábamos hasta la playa, yo con una sombrilla para protegerlo si el sol se volvía demasiado intenso, pero nunca fue así, esa parte sureña de la isla era célebre por sus brisas marinas y, fuera de temporada, las temperaturas del complejo rara vez sobrepasaban los veintipocos grados.

Nos parábamos en una pequeña playa cerca de un paraje rocoso, que no quedaba a la vista del hotel principal, desplegaba mi silla, la colocaba junto a la de Eren, bajo una palmera, y observábamos a Jean, que intentaba surfear o hacer esquí acuático (a veces lo animábamos a gritos, con alguna que otra burla ocasional), desde nuestro lugar en la arena.

Al principio el personal del hotel quería ayudar a Eren casi demasiado: se brindaban a empujar la silla y le ofrecían refrescos sin cesar, nosotros les explicamos qué era lo que no necesitábamos y de buen humor cesaron en sus intentos, de todos modos, estaba bien, durante esos momentos en que yo no estaba junto a él, ver que los conserjes o los recepcionistas se acercaban a conversar con él o le indicaban algún lugar que creían sería de su agrado.

Un joven desgarbado, Nadil, pareció nombrarse a sí mismo el cuidador extraoficial de Eren cuando Jean no estaba, un día salí y me lo encontré, junto a un amigo, bajando a Eren de su silla a una tumbona que había colocado bajo nuestro árbol.

—Así mejor— dijo, alzando los pulgares cuando me acerqué por la arena —Llámeme cuando el señor Eren quiera volver a la silla— estaba a punto de protestar y decirles que no deberían haberlo movido, pero Eren, tumbado y con los ojos cerrados, tenía tal expresión de satisfacción inesperada que me limité a cerrar la boca y asentir.

En cuanto a mí, a medida que mi ansiedad respecto a la salud de Eren comenzó a mitigarse, llegué a sospechar, poco a poco, que me encontraba en el paraíso... jamás, en ningún momento de mi vida, había imaginado que me alojaría en un lugar como este.

Todas las mañanas me despertaba el sonido de las olas que rompían, suavemente, en la costa y el canto de pájaros desconocidos que se llamaban desde los árboles, miraba al techo y veía la luz del sol jugueteando entre las hojas y, en la puerta de al lado, oía una conversación apagada que me hacía saber que Eren y Jean se habían despertado mucho antes que yo.

Me vestía con pareos y bañadores, y disfrutaba así de la calidez del sol sobre los hombros y la espalda, pero yo no me bronceaba, quedaba rojo como tomate, por lo que prefería echarme gran cantidad de loción solar e ir por las sombras.

Comencé a sentir la rara felicidad de los pequeños placeres de la existencia en semejante lugar: caminar por la playa, comer platos desconocidos, nadar en un agua cálida y cristalina donde los peces negros miraban con timidez bajo las rocas volcánicas, o contemplar el rojo intensísimo de la puesta de sol en el horizonte.

Yo Antes de Ti  ||  [Versión Ereri] 🌻🐝Donde viven las historias. Descúbrelo ahora