Cap. 39

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Para un transeúnte no hay nada más desconcertante que ver a un hombre en silla de ruedas implorando al chico que debería cuidarlo, al parecer, no está muy bien visto enfadarse con el discapacitado al que atiendes, más aún cuando resulta evidente que es incapaz de ir a por ti y dice, con una amabilidad exquisita: «Levi, por favor, ven aquí, por favor».

Pero no pude, no podía ni mirarlo.

Jean se encargó de preparar el equipaje de Eren y me reuní con ellos en el vestíbulo a la mañana siguiente (Jean aún resacoso) y, desde el momento en que estuvimos juntos, me negué a hacer nada que tuviera que ver con él.

Me sentía tan furioso como desdichado, una voz dentro de mi cabeza me exigía alejarme de Eren tanto como fuera posible, ir a casa, no volver a verlo.

—¿Estás bien? — dijo Jean, que apareció a mi lado.

En cuanto llegamos al aeropuerto me había apartado de ellos para dirigirme al mostrador de facturación —No— dije —Y no quiero hablar de ello—.

—¿Resaca? —.

—No—.

Hubo un breve silencio —¿Esto significa lo que creo que significa? — de repente, se volvió sombrío, no me fue posible hablar, asentí con la cabeza y observé que el mentón de Jean se tensaba durante un instante, sin embargo, era más fuerte que yo, al fin y al cabo, era un profesional.

Al cabo de unos minutos regresó junto a Eren, le mostró algo que había visto en una revista y se preguntó en voz alta qué posibilidades tendría cierto equipo de fútbol del que eran aficionados, al verlos, nadie se habría imaginado la trascendencia de la noticia que acababa de comunicarle.

Logré mantenerme ocupado durante la espera en el aeropuerto, encontré miles de pequeñas tareas que hacer: me ocupé de las etiquetas de las maletas, compré café, leí periódicos, fui al baño, todo lo cual significaba que no tenía ni que mirar a Eren, y que no tenía que hablar con él.

Pero de vez en cuando Jean desaparecía y nos quedábamos solos, sentados el uno al lado del otro, y en esa breve distancia que nos separaba retumbaban las recriminaciones que no nos decíamos en voz alta.

—Levi— comenzaba.

—No— le interrumpía —No quiero hablar contigo— mi frialdad me sorprendió a mí mismo, hasta la forma en que rechace su conversación hizo que se formara un nudo y los ojos se me pusieran llorosos.

Sin duda, sorprendió a las azafatas del avión, las vi susurrando entre ellas sobre cómo me giraba rígidamente para apartarme de Eren, cómo me ponía los auriculares o miraba fijamente por la ventanilla, por una vez, Eren no se enfadó, eso era casi lo peor de todo, no se enfadó, no se volvió sarcástico y se limitó a guardar silencios cada vez más prolongados, hasta el punto de casi no hablar.

Al pobre Jean le correspondió mantener las conversaciones, preguntarnos por el té, el café o los envases que nos sobraban de cacahuetes tostados, o si nos importaba que pasara por encima de nosotros para ir al baño.

Tal vez ahora parezca un idiota, pero no lo soportaba, no soportaba pensar que iba a perderlo, que fuera tan testarudo, tan decidido a negarse a ver el lado bueno de las cosas, que no cambiara de parecer, no podía creerme que ni siquiera fuera a posponer la fecha de la cita, como si estuviera escrita en piedra.

Un millón de razones silenciosas retumbaban en mi mente, ¿Por qué esta vida no es suficiente para ti? ¿Por qué no soy yo suficiente para ti? ¿Por qué no confiaste en mí?

Si hubiéramos tenido más tiempo, ¿habría sido diferente?

De vez en cuando me sorprendía a mí mismo mirando sus manos bronceadas, a unos centímetros de los míos, y recordaba cómo nuestros dedos se entrelazaron aquella noche (la calidez de su piel, la ilusión, incluso en esa inmovilidad, de un tipo de fuerza) y se me hacía un nudo en la garganta, hasta que apenas lograba respirar y debía ir al baño, donde me apoyaba contra el lavabo y sollozaba en silencio bajo la fría luz.

Yo Antes de Ti  ||  [Versión Ereri] 🌻🐝Donde viven las historias. Descúbrelo ahora