~El diario de Mariett~

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Fue en ese instante donde lo entendí, así como había crueldad y demonios en el mundo; había también belleza y amor. El amor se veía en los ojos de mi tía.

No dejaba de agradecerme, su corazón esperaba el regreso de su hijo pero su cuerpo le había pasado factura dándose hace muchos años ya por vencido. Pero ahí estaba otra vez, no se verían otra vez en el cielo como muchos le habían dicho. Que se rindieran y que dejara la locura, le atacaban la gente del lugar.

Pero nadie debe ordenar al corazón de una mujer, menos al de una madre. Si su corazón al morir debía permanecer aún esperando a su hijo ¡Que así sea!

Me alegre al ver que había reducido las opciones, su espíritu no debía seguir esperando, podía darse el lujo de morir en paz. Polnareff estaba de nuevo con ella.

—Eres un ángel...

Dijo al tomar mi mano, quisiera no ser modesta y aceptar que había hecho un milagro, pero fue el amor de madre y el cariño de un hijo lo que los reencontró. Yo sólo había sido la pequeña palanca de ayuda.

Polnareff tenía muchas cosas que explicar y contar a su madre, les deje su privacidad. Había algo que debía yo ahora revisar.

Me di la libertad de entrar en la casa mientras ellos hablaban en el jardín, la casa ahora tenía un aroma especial. Todo está ahí, todo se quedó para esperar a Jean Pierre, para darle su bienvenida.

Cuadros descoloridos que al pasar un trapo tomaban de nuevo su color, todo volteado para ser acomodado de nuevo. Incluso las arañas en las esquinas eran recuerdos familiares. Todo había estando guardado para esperar a Jean.

Sin más, entre al cuarto de vistas, no tenía maletas más que un cuaderno y mi bolso con efectivo para mañana regresar. Me tomé el atrevimiento de preparar un té de Tila y acomodarme en la cama.

Comencé a leer tan peculiar libreta...

Mi nombre es Mariett Silvana Benoit, hago esta antología como complicación de mi vida, mi diario, mi biografía. Un recuerdo de una simple mujer.

Nací en Brest, Francia. Mi padre y mi madre fueron periodistas. Cubrían notas de política y sociales, siempre fueron bien recibidos y gracias a su trabajo estábamos en contacto con las más grandes familias de todo Francia.

Siempre estuve acostumbrada a la elegancia, las fiestas y los modestos lujos. Los Benoit añadimos una marca en Brest, padres exitosos con una hija prodigio en el ballet.

Yo tenía tan sólo 10 años y ya conocía a la burguesía, retacada de obsequios, para mí los elogios valían más que la plata. Cuando desde pequeña eres considerada prodigio no esperas más que grandeza. Pero aún era una niñata, no era nada aún.

Fue cuando a los 15 años me independice, viaje lejos hasta Inglaterra, era una mujer con dinero y talento. Me inscribí a las clases de modales y artes de Lady Sincerel, una mujer con tiempo libre, amante de un duque.

Con tanto dinero y soberbia que fundó su propia escuela donde conocí a una de mis grandes amigas; Susan Dumont. Una joven caprichosa y fantaseosa, hermana de una de las esposas de los caballeros Joestar; la familia más rica de Inglaterra hasta entonces. A ella le gustaba gritar el dinero que tenía cuando las envidias rondaban en las otras jóvenes del curso.

Y aún así, éramos constantemente sometidas a las rudas disciplinas de Lady Sincerel; una dama no es caprichosa y no habla si no sabe cómo servir un plato a su hombre.

De castigo por nuestra rebeldía nos ponía a asear baños y dar de comer a los perros, aun así Susan y yo nos mofabamos a sus espaldas.

ProsciuttoXReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora