~Viejos amigos, Viejos recuerdos~

172 26 79
                                        

Era un hecho, en cuanto Jonathan terminó de dictar la noticia, algo en mi se sintió dichosa, Lady Dumont era una dama dura de complacer, más bien, no había pretendiente que pudiese darle algo que ya no tuviese ya. Al igual que mi madre, Dumont era de las solteras número uno en las lista para nunca casarse.

Pero sólo una joven conoce las mareas que hay en el corazón de una mujer. Un día podemos despertar siendo una persona anhelando una cosa, pero otro día quizás y seríamos otra persona deseando otra cosa. Sin duda, ese tal Lucier había logrado convencer el corazón de Dumont; valía la pena después de muchos años encontar a tu corazón.

Abrace a Jonathan, Dumont había recibido ya el año nuevo en su hogar, pero él y yo debíamos aguardar una hora más para celebrar.

La verdad es que nuestra cena fue modesta, si bien la familia Joestar nos habían invitado a cenar, Jonathan quería pasar sus últimos días de vacaciones en casa.

Viendo antiguas recetas encontradas en un libro en la alacena, me las arreglé (más bien ambos pues Jonathan se ensució también las manos) para preparar la cena de año nuevo, nos acurrucamos en la sala junto a la chimenea que calentaba la noche nevada y fría.

Ya próximos 3 años desde que toque por última vez Italia me preguntaba si la misma mujer que se había marchado estaría de regreso. Sin duda, había cambiando ligeramente. Al menos mis metas.

No era esa joven bailarina de 16 años corriendo de sus problemas. Gracias a la ayuda de Jonathan pude ser la mejor en álgebra, curioso ¿No es así? Quién iba a pensar que esa joven que bailaba alrededor de un escenario de burbuja resultaría ser una gran calculadora.

Si nunca me lo hubiera propuesto, si nunca hubiera tenido la ayuda de Jonathan nunca abría descubierto mi habilidad con los números. Una erudita quizás, si mi madre estuviera con vida seguro y se abría sorprendido al verme llegar con todas mis notas altas y una beca universitaria.

No estaba de más también comentar que se hubiera  alegrado al saber que, después de todo, mi final si había sido con Jonathan. Cada día a un lado de él era como leer un nuevo capítulo, más bien, el final de diferentes historias de amor. Todos los escribía cada mañana al amarme.

Después de la boda de Dumont iría a visitar la tumba de mi madre. De hecho, pensaba pasar a saludar viejas caras.

Sí, la misma niña de 16 años regresaba a Italia, pero no era la misma sino una mejor versión de aquella persona del pasado de muchos en Nápoles.

—Serían buenos unos días de turismo después de la boda — comentó Jonathan — pediré en la universidad unos días de reposo, no te preocupes por tus profesores. Me encargaré después ponerte al corriente en tus clases.

—¿Harías eso por mí?

Me abrazó, el reloj encima de la chimenea marchaba las 11: 43 pm. La leña crujía, las manecillas del reloj casi se alineaban para dar entrada a las doce campanadas. La nieve se pegaba a las ventanas mientras que el frío corría por detrás de mi cuello. Jonathan sonrió para después jalarme hasta su cuerpo. Me dió un suave beso.

—Por ti todo, amor.

Serví rápido las copas de sidra y corrí hasta la sala donde Jonathan se preparaba con sus uvas. El reloj estaba a punto de llegar a las 12 en punto. Ambos nos mantuvimos parados observando el reloj, fue tan sólo en ese momento, de una manera cruel mi mente me jugaba una injusta pasada.

Yo era feliz con Jonathan, jamás abría podido imaginar que estaría en su lado festejando el nuevo año, yo lo amaba y de eso nunca había dudado durante tres años, pero si tenía que culpar algo para no ahogarme en remordimientos, era esa llamada desde Italia.

ProsciuttoXReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora