~Emilio~

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Mi madre salía de su turno muy tarde, muchos académicos le llevaban sus sacos para reparar. Siempre eran un problema. El uniforme de la universidad exigía botones de resina negra, ir por ellos hasta los bazares consumía mis energías pues andar por las calles de Verona en bicicleta me hacía gastar las suelas de mis zapatos.

Pero no por caprichos míos dejaría que se gastarán las energías de mi madre para ir por esos botones. Ella era la mejor sastre y de ella aprendí todo sobre vestimenta.

Ella solía apenarse al verme llegar de cada encargo sudoroso, cansado y con las mejillas sonrojadas por el calor. Mientras yo desgastaba mis energías, mi padre (un bueno para nada) apenas y regresaba a casa con un par de monedas, pese a que mi hermana Fiorella era muchos años más grande que yo no le exigían trabajar como a mi.

"Eres un buen niño, Emilio"... decía mi madre cada vez que me veía llegar.

Era un niño renegado, de unos 10 años que había tenido que dividir la escuela con el trabajo, ayudaba a mi madre a coser y dar arreglo a los sacos de hombre.

Los demás niños se rían ya que pensaban que era un afeminado, nunca me gustó ensuciarme jugando pelota con los demás. Cuidaba de mi higiene personal mejor que las niñas. Por ello, todos me veían raro. Siendo un niño cualquiera pensaría que yo era alegre y que me encantaba salir a jugar con los demás, pero desde pequeño siempre preferí ver desde lejos a los niños de mi edad mientras hojeaba en revisitas los distintos lanzamientos de moda en Versace.

Al tener 15 años, dejaron de verme como un bicho raro; ahora las niñas del barrio me miraban y siempre se me insinúaban y me pedían salir con ellas. Mientras que todos los niños que se burlaron de mi, al crecer imitaban mis conductas.

Deje de ser un rechazado para después convertirme en el más popular de la escuela. Cada semana una niña nueva me declaraba su amor, un chico nuevo me adulaba y pedían que fuera su amigo; eso hizo que en mi creciera una gran seguridad, me veía al espejo y sabía que veía a un hombre guapo y con porte.

Por eso comencé a ver a los demás como inferiores a mi. A la edad de 16 años era un joven con dinero gracias al negocio de mi madre, y siempre sacaba las mejores notas en la escuela. Eso me convirtió en alguien presumido. No tenía la menor idea de cómo la vida trata a las personas de mi tipo. La vida iba a darme una lección para madurar.

Cuando nuestro negocio creció nos hicimos del renombre más importante de Verona.

Con ese dinero mandaron a Fiorella a danzar en escuelas de Francia e Inglaterra y cuando regreso siendo ahora una bailarina profesional todos querían salir con ella y ser sus amigos. Cada vez empecé a tener menos paciencia con las personas, nunca deje de verlas como gente falta de estilo para vestir y con una gran falta de modales. Yo me creía perfecto.

Fiorella nunca me llamó Emilio, dijo que así se llamaba un exnovio y que le incomodaba llamarme así. Notó que siempre pedía a mi madre Saltimbocca así que, aunque siempre me molestó que se atreviera a cambiar mi nombre y que por su culpa toda la atención en mi se había perdido, Fiorella me comenzó a llamar "Prosciutto"

Ella y yo crecíamos con muchas diferencias, mientras yo apenas cursaba mis clases como un adolescente común, ella ya era universitaria. Me molestaba todo en ella y en mi padrastro por vivir del dinero de mi madre, nunca los llamaba como familiares.

Esperaba el momento de cumplir 17 años y escapar con una novia que tenía en ese entonces; Raquel. Una joven modelo con quién nos iríamos a Roma. Ella había sido mi primer amor.

ProsciuttoXReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora