Alma Mía

Capitulo 39: Stella Jones

DAVIS

Nos abrió la puerta una mujer de lo mas entrañable. Su pelo era negro y de su moño salían un par de rizos. Me fijé en sus ojos porque, eran los mismos que veía al despertar todas las mañanas. De un color verde precioso.

Stella llevaba una camiseta de botones de lo más casual y unos pantalones  de color azul, un poco anchos por la parte de abajo, se la veía una mujer bastante en forma, y tenía una expresión muy jovial a pesar de su edad.

-Tú debes de ser Davis, un placer conocerte por fin.- Hizo desaparecer el espacio que había entre nosotros y me dio un abrazo Antes de invitarnos a entrar.

La casa no tenía muchos cuadros, al menos en la entrada. Nos dirigimos al salón, que era la primera habitación que nos encontrábamos y luego nos dirigimos a la antigua habitación de Mía.

-Quiero aclarar que esta es la habitación de la Mía de 16 años y no de la de 21.

La habitación no era muy grande, era el típico dormitorio de película de Disney Chanel; las paredes eran de un tono rosa pastel con un gran ventanal en una de ellas.
La cama se situaba en el centro de la habitación y era una de tamaño matrimonio que estaba adornada por encima por un gran dosel de tela color crema, y unas sábanas del mismo tono.

Un escritorio no muy grande con unos estantes encima llenos de libros y cuadros.
En una de las paredes había un gran corcho lleno de fotografías.

-El típico corcho con fotos de tus novios adolescentes con espinillas y amigos a los que seguramente no has vuelto a ver desde la graduación, interesante...-

-Cállate, me daba pena quitarlo, además ninguno de esos chicos era mi novio, yo estaba centrada en mis estudios.-

-Claro claro.- Sonreí.

La mañana transcurrió de lo más tranquila y la tarde más de lo mismo. Cuando se hizo de noche, bajamos para acompañar a Stella en la cena.

-He preparado una ensalada, nosotras no somos de cenar mucho. Aunque si te quedas con algo de apetito podemos llamar a algún restaurante para que nos traiga algo, todavía estarán abiertos hasta tarde.-

-No se preocupe Stella, está bien.-

La velada transcurrió tranquila, con un par de anécdotas de Mía cuando era tan solo una niña y un par de fotos sacadas de un antiguo álbum.

-Bueno mamá, Davis y yo nos vamos a ir a dormir ya, estamos agotados del viaje.- Mía estaba recogiendo los platos mientras que yo quitaba el mantel.

-Perfecto mi niña, ya le he preparado la habitación de invitados a Davis, así que cuando queráis os podeis ir a descansar.

-Mamá... Davis y yo hasta vivimos juntos, ¿es necesario?.-

-Ninguna hija mia va a dormir en una misma cama con alguien que no es su marido, al menos bajo mi techo, así que ya sabes jovencita.-

-Mamá por dios, estamos en el siglo XXI.-

-Bueno, pero en mi casa estamos en el siglo I a.C.-

Subimos a la habitación y me quede un rato con Mía antes de dirigirme a donde yo dormiría.
La habitación era un poco más pequeña y la cama era individual, aunque bastante cómoda. También había una pequeña ventana que daba al patio trasero y desde donde se veían un par de casas iluminadas por un par de farolas.

Como no tenía sueño, saqué un libro de mi maleta y me puse a leer.

Leí mas de 20 capítulos, cuando los ojos empezaron a pesarme.

Volví a meter el libro en la maleta y saqué una cajetilla de tabaco que tenía en el bolsillo delantero de esta, y me dirigí a la ventana para tomar un poco el aire.
Me quedé durante unos minutos viendo la espectacular imagen que había. El mar que se veía era increíble, tan azul, iluminado por la luna y su reflejo... Daba mucha paz.

Me encendí el cigarro y di la primera calada de la noche, cuando vi a Stella sentada en un sillón que tenía en la terraza.

Algo me dijo que tenía que bajar, así que lo hice.

-¿Quieres?.- la cogí desprevenida y la ofrecí un cigarrillo de la cajetilla que tenía en la mano.

-Soy médico, no debería.-

-Te guardaré el secreto.- la guiñé el ojo y lo aceptó mientras que yo se lo encendía.

-Me dijo que te lo contó.-

-Hace poco, ha vuelto a ir a psicólogo, está mejor.-

-Debería de haberla protegido.-Su mirada estaba fija en la casas de enfrente, me recordó a aquella noche en el lago, cuando Mía no era capaz de mirarme.

-Lo único que hiciste fue intentar cuidar a tu hija, y trabajar duro para darla todo lo que se merecía. Ese mal nacido es el culpable, no tú.- Apoyé mi mano en su hombro, entonces se giró.

-Solo quiero lo mejor para ella.-

-Yo también Stella, es lo único bueno que hay en mi vida.- nos dimos un abrazo corto antes de que ella se dirigiera a la puerta de la terraza para entrar en casa.

-Stella.- Ella se giró.-Quiero pedirla que se case conmigo.-

-Ve a su habitación, puedes dormir con ella.- me dijo dándome la espalda aunque sabía que estaba sonriendo. No me dijo más, la perdí en la oscuridad de su casa y no la volví a ver en toda la noche.