XXIII: La leyenda y el pintor

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Daeron


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Paso una de las mejores noches de mi vida, gracias a mi hermosa Freya. Quién me mantuvo ocupado en toda nuestra velada de ayer, esa mujer desborda sensualidad y es insaciable «al igual que yo», tal parece que hemos sido hechos el uno para el otro.

El sexo con ella es otro nivel, jamás me había sentido tan satisfecho y compaginado con alguien en el ámbito placentero. La observo dormir, está boca abajo con la sábana de seda enlazada en su pierna derecha, el resto de su cuerpo está descubierto «y desnudo».

Creo que estoy obsesionado con su desnudez, luce tan perfecta su piel de porcelana, tersa y suave al tocarla. Su mejilla izquierda reposa en la almohada de plumas de ganso, dejándome apreciar el otro perfil de su simétrico rostro, el cual comienzo a acariciar con la yema de mi dedo índice.

Hago a un lado el mechón de cabello que estorba mi visión y mi tacto mientras la aprecio detenidamente. Debería ser ilegal lucir así de perfecta también cuando duerme, es que hasta sus respiraciones acompasadas me cautivan.

Respiro profundo, me levanto de la cama y me coloco sólo pantalones para bajar a la cocina e intentar preparar algo de comer.

Necesito suerte.

Estamos completamente solos, ya que ordené a que toda la servidumbre que cuida esta casona se tomaran el fin de semana para tener privacidad y libertad con Brianna sin que alguien nos descubriera y comiencen las habladurías. Reviso los estantes y alacenas para ver qué consigo, honestamente nunca he cocinado en mi vida, pero hoy será la primera vez.

Intento recordar los desayunos más deliciosos que he comido en el palacio y que ingredientes requieren. ¿Podría hacer unos huevos? No, definitivamente no, eso es muy básico. Ella necesita alimentarse bien y yo también, así que me decido por preparar un filete de ternera recién cazada que me dejaron los sirvientes para este fin de semana, acompañaré con rodajas de pan, mantequilla y queso.

Sirvo dos copas de sidra de manzana y las coloco en la bandeja, mientras pretendo ser un fracasado intento de cocinero. Olvidé colocarle sal a la carne así que lo hago después de que está hecha «espero que sepa bien». Salgo por un minuto al jardín y arranco una rosa para llevársela a Freya.

Entro de nuevo, tomo la bandeja y me dirijo a la alcoba, donde ella aún yace dormida. Dejo la bandeja en la orilla de la cama, tomo la rosa con cuidado de no clavarme una espina y me acerco a su rostro, deslizando delicadamente los pétalos de la flor sobre su mejilla, luego por su frente y finalmente por el puente de su nariz.

Ella se remueve sonriente, aspirando el aroma de la rosa y abriendo suavemente esos ojos que me traen serenidad y paz. Se estira un poco y bosteza cubriendo su boca en el proceso.

—Buen día, guapo.

Sonrío embobado al escuchar su linda voz mañanera, es primera vez que despertamos en la misma cama y creo que podría acostumbrarme a esto.

—Buen día, hermosa Freya.

—Me gusta... Freya, suena majestuoso.

—Eres majestuosa. —Admito.

Ahora es ella quien sonríe ampliamente y se estira hacia mi para dejar un corto beso en mis labios. «Necesito más que solo eso». Ella observa la bandeja de comida y voltea a verme con los ojos muy abiertos.

—¿Cocinaste tú? O tienes algún sirviente encubierto por allí...

—Lo hice yo —sonrío avergonzado, pero divertido—. No sé cómo esté.

Kingdom: Fire will Reign [Fire I] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora