GammaShield 2

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Continuación del #gammashield

Karma.

Una palabra corta pero poderosa. Los acontecimientos se repetían en su memoria una y otra vez. Sufría de un insomnio constante y la culpa lo carcomía. Vagaba sin rumbo fijo por la vida, cargando eternamente con ese peso en su consciencia. Unos llorosos ojos azules quedaron grabados en su mente. La decepción que vio en ellos fue tal que, por mucho que disimulara, le rompió el corazón. Si es que alguna vez lo tuvo. Lo dudó.

Habían pasado años desde la muerte de Rogers. Sin embargo, no era fácil de olvidar. Fue obligado a presenciar cómo le arrancaban la cabeza del cuerpo de un solo hachazo, pero antes logró ver cómo una lágrima caía por la mejilla del héroe. El símbolo que le daba esperanza a América ya no estaba. América ya no tenía a su amado Capitán y tampoco a los Vengadores. Todos los héroes estaban muertos.

O eso creían. Después de años de estar en el anonimato, oculto, un nuevo héroe surgió. ¿Se le podía llamar héroe? Puede que sí, puede que no. Dueño de fuerza sobrehumana por alguna especie de suero y poseedor, por igual, de energía gamma, estaba dispuesto a averiguar cuál era su verdadero origen. Alto y fornido, con unos ojos impresionantemente verdes y cabello rubio, tenía un propósito y algo dentro de él le decía que debía vengar. ¿Qué era lo que debía vengar? ¿A quién?

Ataviado con un traje cuyo emblema distintivo era un pulpo rojo, con un escudo a sus espaldas, abandonó el recinto donde fue criado y se alejó de todo lo que conocía. Duró mucho tiempo para hallar siquiera una pista. Ignoraba quiénes eran sus padres y cómo fue su nacimiento, pero se sentía extraño cuando tenía repentinos dolores de cabeza que le causaban una especie de déja vu. ¿Ya había vivido esto antes? ¿Quién era Hulk y por qué tenía que dar con él? ¿Quién era Steve Rogers y qué sucedió con él? Muchas preguntas, ninguna respuesta.

Sacudió la cabeza tratando de evadir esos pensamientos y continuó con su búsqueda. Buscó en los archivos secretos de S.H.I.E.L.D y tomó uno de los documentos con las palabras “Steve Rogers” escritas en la parte delantera. Otra vez sintió el dolor de cabeza, ahora acompañado de un escalofrío que le puso la piel de gallina.

Se escuchó el sonido de la ambulancia a lo lejos y la sirena de las patrullas, al igual que los gritos de miles de personas. Un impulso lo motivó a aparecerse por esos lares y ayudar a los civiles a ponerse a salvo. Impetuoso, sí, pero también raro.
Se suponía que era un arma letal. Lo entrenaron desde una edad muy temprana, a la tierna edad de 4 años, para matar. Ahora, todo un hombre hecho y derecho, iba en contra de su naturaleza. Poner vidas en peligro era lo suyo, no salvarlas. Ese impulso de querer salvar a las personas no sabía de dónde le venía.

††††

Luego de múltiples intentos infructuosos, había dado con Hulk finalmente. Cuando lo tuvo enfrente, el gigantesco monstruo no supo cómo reaccionar. Mientras más lo miraba, más lo relacionaba con aquel viejo rostro ya conocido. Pero ¿cómo?

—Te lo preguntaré por última vez, monstruo. Steve Rogers. ¿Qué fue lo que hicieron con él?

Inclusive hablaba casi igual. Steve Rogers. Dios, ese nombre se encontraba grabado con fuego en su subconsciente. ¿Quién era éste? ¿Era su karma personal o algo así?

—Hulk no saber. —contestó pese a que sí sabía. Sencillamente no quería recordar.

Aquel extraño rubio clavó una daga en una de sus manos, provocándole un chillido. No hubo respuesta. Tronó los dedos, al igual que el cuello, para coger su escudo y colocarlo en el centro del pecho de Hulk. El borde brillante del objeto rechinaba de lo reluciente y ansiaba ser incrustado en la verdosa carne.

Aterrado, Hulk confesó. Los de Hydra le lavaron el cerebro y le colocaron un chip de control mental, que tuvo puesto hasta el último momento. Se le encargó encontrar al Capitán América y, cuando lo encontrara, hacerlo suyo para por medio de él darle sucesores a Hydra y el legado permaneciera. También contó que lo vio dando a luz con todo el dolor del mundo, como si cargara más de lo que pudiera aguantar, justo frente a sus ojos y de la misma manera fue obligado a presenciar su muerte.

Dolido muy en lo profundo debido a cómo se enteró de lo ocurrido con su madre, Albrecht dudó si confesarle su parentesco. Aunque, era más que obvio, ¿no? Y la muerte de los Vengadores... Dios, qué terrible. De aquello ni hablar.

—¿Quieres decir que viste que asesinaron a mi madre y no hiciste nada?

Se volteó con el rostro vacío de toda expresión y sus ojos verdes centelleaban con un fulgor intenso. Como respuesta sólo obtuvo un encogimiento de hombros, más por timidez y miedo que por ignorancia. Sí, así como está escrito. El poderoso Hulk le temía a su propio hijo. Eso nadie lo vio venir.

—Tienes 5 segundos para pedir disculpas. No doy segundas oportunidades. Cuando se acabe el tiempo, éste amigo irá directo a tu pecho. —alzó el escudo listo para abrir una zanja en su piel. Comenzó a contar. —5... 4... 3... 2...

Todos sabemos qué procede.

Hulk cerró los ojos y su mente recreó las escenas de lo que había hecho nuevamente. Todas y cada una de ellas le causó un profundo dolor y, por más improbable que fuese, su pensamiento voló hacia Steve, rogándole que lo perdonara por las traiciones y todo el dolor que lo hizo atravesar.

Steve no merecía esa muerte tan cruel. Los Vengadores tampoco. Ellos debían estar salvando al mundo, no quinientos metros bajo tierra.

Los abrió nueva vez y le rogó que acabara con su maldita existencia de una buena vez. No merecía seguir viviendo, no después de lo que le hizo a Steve.

Inmisericorde, Albrecht le lanzó el escudo de una vez, clavándolo en lo más profundo para al final sacarlo manchado de sangre. No importaba. Ya había matado a mucha gente. Éste era solamente un número más.  Ni siquiera merecía su perdón.

Caminó hasta el parque, donde se detuvo. Miró hacia arriba. Una estatua del Capitán América se alzaba, imponente. Realizando el clásico saludo militar, con el escudo en la otra mano y su porte serio, debía admitir que era más que un homenaje apropiado.

Honor a quien honor merece. Él se merecía eso y más.

De rodillas a los pies de la estatua, lloró larga y amargamente. Cómo hubiera deseado conocerlo. No sabía ni siquiera cómo era. Le fue arrebatado demasiado pronto.

Ahora sólo le quedaba escuchar la leyenda.

Leyenda que quedaría para siempre en sus recuerdos.

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