Broken Stony/Pepperony

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Ganas no le faltaban de pegarse un tiro cada vez que los veía juntos. ¿Celoso? No, qué va. ¿A quién quería engañar? Por supuesto que sí. ¿Cómo no iba a estar muriendo de celos por dentro cuando veía al amor de su vida con el amor de SU vida? Era desgarrador, le destrozaba el alma. Pero lo entendía.

Entendía que la prefiriera a ella en vez de a él. Ella lo tenía todo. Era perfecta y, sobre todo, era con quien Tony formaría la familia que alguna vez quiso tuviera con él. Eso jamás sucedería y debía aceptarlo. Desgraciadamente le tocó ser un Beta, la casta menos agraciada de todas. Si hubiera sido un Omega, le hubiera dado hijos con alegría y hasta con cierto placer. Y es que Omegas mujeres abundaban, pero los Omegas masculinos eran escasos. Sin embargo, ambos contribuían a lo mismo: a tener hijos.

Él estaba destinado a estar solo. Con pesar, las lágrimas retenidas en sus ojos, el corazón hecho pedazos y su autoestima por el subsuelo, sintiendo el llanto aproximarse, el día de la boda todos estaban tan felices por los novios que no notaron su dolor.

Cuando Tony dio el Sí, completamente sonriente y resplandeciente como la estrella que era, su mundo terminó de hacerse polvo. No esperó a que se besaran. Salió corriendo de la iglesia sin poder contener el llanto, sin molestarse en limpiar sus lágrimas. Afuera llovía. Cayó de rodillas en el pavimento mojado mientras lloraba a todo pulmón su desgracia. ¿Por qué tenía que suceder justo esto? ¿Por qué tenía que sufrir? ¿Cuál era el mal que había hecho para merecer semejante desprecio? Le entregó su corazón y ¿qué obtuvo a cambio? Nada excepto que lo cambió por ella, como si no fuera más que un juguete, algo desechable. ¿Y si se suicidaba y así terminaba de una vez con su sufrimiento? Sí, sería lo mejor. Así Tony sería feliz junto a ella. No lo extrañaría en absoluto.

—Steve. —la voz de Natasha se escuchó detrás de él y unos brazos lo rodearon. —No estás solo.

Eso era lo que necesitaba escuchar. Aquel abrazo le dio sosiego a su destrozado corazón, calmando su llanto.

—Ven, vamos a casa. —dijo la rusa acariciando el cabello rubio.

—Nat... No me dejes. Por favor, no me dejes.

La voz de Steve estaba tan rota como su corazón, que aún se hallaba herido.

—No te dejaré. —prometió dejando un beso en su cabeza. —Vámonos. Podemos hornear galletas y hacer chocolate caliente.

Asintió y se puso de pie apoyado en ella para entonces irse a casa, abrazados. Tal vez las galletas y el chocolate no sanarían su corazón, pero definitivamente lo animarían y le devolverían la sonrisa.

Aquella sonrisa que desapareció de su rostro el día que Tony Stark le rompió el corazón.

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