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BaronShield AU

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La clásica cinta amarilla rodeaba el perímetro, los agentes cumplían con su deber tomando fotos de los rastros de sangre seca del cadáver. Del asesino no lograron obtener ni siquiera las huellas digitales. Ese sujeto sabía bien lo que hacía. Helmut Zemo, de la Unidad de Análisis del Comportamiento, se comprometió con atrapar a dicho maleante tan sólo siguiendo las pistas obtenidas hasta el momento. La víctima resultó ser de sexo masculino, cabello castaño y de ojos cafés, aproximadamente cuarenta años. Por el traje supieron que era el dueño de una de las compañías automotrices más reconocidas.

Previamente, las víctimas anteriores presentaban características idénticas. Era un asesino organizado, que gustaba de tener un patrón en específico. No le sería difícil dar con su paradero y atraparlo antes de que acabara con uno más.

Supuso que el asesino usaba guantes ya que no dejaba huellas, ni de las suelas del zapato. Anotó aquello. Algo usaba para cubrir sus pisadas y no lo evidenciaran. También hacía uso de arma blanca y lo constató por la cantidad de sangre derramada en la escena del crimen, al igual que por las heridas en el cadáver. Podría ser una daga, quizás un puñal.

Sin embargo, el maleante se le adelantó secuestrando a su próxima víctima, a quien mataría posteriormente. El patrón era éste: los secuestraba, los violaba, los torturaba y, ya al final, entonces los mataba. Era cruel y despiadado como el mismo Satanás.
El jovencito tembló de tan sólo pensar en el trágico destino final que aguardaba por él. Forcejeó mas las sogas que lo mantenían inmóvil rozaron su piel, abrasándola, como un indicativo de que era tanto ridículo como imposible. El frío de la brisa nocturna erizaba los vellos de su piel al encontrarse vulnerable, expuesto y completamente desnudo.

Un hombre rubio y alto entró a la habitación con una mano tras la espalda y una sonrisa que daba miedo. ¿Y cómo no, si tras él llevaba el instrumento con el cual pondría fin a su existencia?

—¿Qui... Quién es usted? A... Aléjese de mí. —el muchacho comenzó a suplicar para que lo dejara vivir.

—Pobrecito. Suplica por su vida como un cachorro. —el rubio acarició con el dorso de su mano libre el rostro del asustado joven, que seguramente ya hasta había ensuciado la cama. —Tú tienes algo que yo quiero. —lo sujetó por el mentón para que no apartara la mirada de él. —Pero primero debes prometer que te quedarás conmigo. Te haré rico y poderoso si aceptas.

El frío del látex del guante contrastó con la cálida piel del chico, que se grabó mentalmente cada uno de sus rasgos faciales para delatarlo con la policía. Tuvo que ceder contra su voluntad, todo con tal de evitar ser una más de sus víctimas. —Está bien, está bien. De acuerdo. —tragó saliva. —Pero por favor, no me mate.

—¿Matarte, yo? —Steve rió a carcajadas. Sí, era más terrorífico todavía. —Oh, cariño. No tienes idea de lo que planeo hacer contigo. —susurró en el oído del muchacho para entonces prácticamente comerle la boca en un beso salvaje y, literalmente, caníbal porque en verdad casi se la arrancaba. Le dejó una mordida bien marcada y los labios rojos e hinchados. —Esto... Es el prólogo apenas.

Entretanto, Zemo continuaba buscándolo sin resultado alguno. No sé rindió. Uno de los residentes de dicha zona le comentó que había visto un vehículo elegante entrar por una parcela que se hallaba al final del sendero y encima de este había una enorme mansión. Nadie sabía quién vivía allí.

Agradecido por la contribución del buen hombre, se encaminó a la mansión. ¿Enorme? Era más grande que su departamento y la casa de su madre juntos. Tanteó el terreno y verificó que no estuviera siendo seguido. Tomó su arma y se movió sigilosamente cual pantera en medio de la noche. La oscuridad lo camufló, volviéndolo indetectable.
La puerta corrediza de la parte trasera estaba abierta. Entró.

Miró por un segundo a su alrededor. Opulencia y elegancia lo rodeaban. Sacudió la cabeza. Tenía que enfocarse en la misión. Caminó por interminables pasillos hasta que llegó a una recámara cuya puerta se hallaba entreabierta. Escuchó sollozos provenientes del interior de esta. Se quedó afuera unos minutos y asomó la cabeza por el marco. La escena que contempló lo dejó con el corazón latiendo desbocado. Sin duda alguna, se le bajó hasta la presión.

El chico pedía ayuda mientras que su asesino parecía estar entretenido jugando con el cuchillo sobre su piel.

No esperó el próximo movimiento. Debía actuar ahora.

—¡FBI! ¡Manos arriba y suelte el arma!

Molesto puesto que su juego llegó a su fin, el rubio levantó las manos después de soltar el cuchillo pero, mirándolo fijamente, no tenía la mínima intención de detenerse. Escondía un as bajo la manga.

—¡Si dispara, lo mato! —sacó una daga de un bolsillo de su pantalón y la puso en el cuello del chico, que ya le ardían los ojos por el llanto. —¡Suelte la maldita pistola!

Su trabajo como policía le había enseñado que con los locos no se discute y este sujeto estaba lo que le seguía a loco, así que depositó su arma en el suelo con cuidado.

—De acuerdo, tú ganas. Ya la solté, ¿ves? —le indicó señalando al piso. —No estoy armado. —se acercó poco a poco, despacio. —No hay necesidad de asesinar a nadie. Lo sueltas y yo no te condeno a cadena perpetua. Todos ganamos. ¿Qué dices?

En cuanto lo tuvo cerca, se percató de algo que ya presentía: aquel hombre había crecido con un padre drogadicto, el cual también solía golpearlo y abusó de él desde los tiernos cinco años hasta que cumplió los veinte. Su madre había muerto cuando él era muy pequeño y nunca la conoció. Aquello repercutió en él. Buscaba en las víctimas, de alguna manera, el amor del que careció en su infancia.

Como si hubiese recapacitado, Steve cedió y arrojó  la daga luego de liberar a la víctima.
Zemo le ordenó que se diera vuelta para esposarlo. Lo hizo sin chistar.

El chico fue el primero en sobrevivir a un círculo vicioso lleno de muertes y Steve fue sentenciado a cumplir 40 años de prisión. Después iría a Rehabilitación y, probablemente, su vida mejoraría.

¿Quién sabe?