FalconShield

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#falconshield #SamWilson #steverogers #corto

Sam Wilson y Steve Rogers, amigos desde... Bueno, siempre. Sus familias eran muy amigas y las mamás de ambos solían reunirse con mucha frecuencia, así que prácticamente su amistad comenzó desde la niñez. Tenían apenas 4 años cuando se dieron el primer beso y todo por curiosidad. Les repugnó tanto que juraron no volver a hacerlo. Juntaron los dedos chiquitos de sus manos haciendo el clásico «pinky promise». Típico de los niños.

Al entrar a la adolescencia, alrededor de los 13 o 14 años, empezaron a sentir una fuerte atracción el uno hacia el otro y, como tenían las hormonas vueltas locas, Sam se escapaba a escondidas de su madre a altas horas de la noche para ir a casa de Steve. Se metía por su ventana y entonces ambos se besaban intensamente para terminar en la cama haciendo el amor. Estaban rompiendo aquel estúpido juramento que habían hecho cuando niños, pero poco les importaba.

El riesgo a ser descubiertos volvía todo más interesante. Tendrían mucho qué contar en el futuro a sus hijos.

Al llegar a la universidad, se hicieron novios oficialmente y planearon con anticipación su boda. Tendrían más o menos entre 21 a 25 años. Steve estudiaba Arte mientras que Sam escogió Contabilidad. Cuando terminaron sus carreras, se graduaron y lo celebraron con una cena en un McDonald's.

Vivían en un pequeño departamento alquilado, al menos temporalmente hasta que ahorraran lo suficiente para  comprar el suyo propio. Se turnaban para hacer los quehaceres, por mutuo acuerdo. En su tiempo libre, Steve pintaba algunos cuadros, los cuales luego vendía. Unos meses después, decidieron que una panadería no estaría nada mal para un poco más de soporte económico. Así lo hicieron. La idea de la panadería tuvo éxito y finalmente con sus ahorros compraron su departamento.

Cuando eso sucedió, Sam decidió que ya era hora de que se casaran. Además, Steve estaba esperando su primer bebé. Apenas se le notaba el embarazo y en cuanto le dio la noticia, Sam lloró por la emoción de ser papá, con la ilusión brillando en sus ojos.

Pero toda su felicidad se desvaneció cuando, de repente, una mañana, al despertar, Steve sintió que algo mojaba su ropa. Se tocó con la mano y notó manchas oscuras. Un líquido rojo le recorría completamente. Sangre.

Había perdido a su bebé. Sollozó en silencio, eso hasta que sus llantos se hicieron sonoros e hicieron despertar a Sam, que lo abrazó por instinto sin saber aún por qué lloraba. Steve estaba asustado, desesperado, roto por dentro. Todavía les faltaba mucho para conocer a su bebé y ni siquiera llegó a ver su estómago redondo y abultado o a sentir pataditas. Oh, cuán amargo resultaba dicho dolor.

Se casaron y, una vez casados, optaron por no tener hijos esta vez. El miedo a perder otro nuevamente y la culpa por no haber hecho nada carcomían a Steve día y noche, desde que se levantaba hasta que se acostaba. Sam no insistió. Sabía que era un proceso muy duro y a él también le dolía. Después de todo, era su hijo. No querían más desilusiones.

Adoptaron un perro, al que llamaron Dodger. Blanco y con manchas color café, travieso y simpático con todos, logró llenar el vacío y hacerlos sonreír de nuevo. Eran felices.
Sin embargo, un par de años más tarde, Dodger comenzó a notar algo sospechoso en el rubio. Sam había salido al trabajo y Steve, como se sentía mal, se quedó en casa. En una de sus siestas, recostado en la cama, el perro se colocó a un lado de él y lamió su vientre. No se apartó ni un instante.

Cuando Sam regresó, el primero en recibirlo fue Dodger. Ladraba y movía la cola frenéticamente de lado a lado. Corrió hacia la habitación sin dejar de ladrar para que lo siguiera y, cuando Sam se asomó por el marco de la puerta, vio al cachorro lamiendo el vientre de Steve. Parecía indicarle que el rubio estaba embarazado.

Atónito, no pudo contener las lágrimas. Ahora mismo, sus sentimientos se encontraron. ¿Felicidad? Sí. ¿Miedo? También, pero no dejaría que pasara lo mismo ésta vez.

††††

Un hermoso niño de piel morena y encantadores ojos cafés estaba en los brazos de su rubio compañero unos meses después. André, como fue llamado, era su pequeño rayito de sol. Era esa chispa de esperanza e ilusión que nunca pensaron tendrían. Definitivamente eran una familia hermosa y estaba orgulloso de ello.

Algunas historias sí tienen su final feliz, hay que admitirlo.
Aunque para ellos, más que un final, se trataba de un nuevo comienzo.

✨ FIN ✨.

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