#corto #peterparker #RansomDrysdale
Cuán inocente tenía la sonrisa, cuánta ilusión albergaba su mirada, cuán pura era su aura. Demasiado para este mundo carcomido por los vicios, corrompido y despiadado. Peter era genuinamente perfecto. Sin embargo, él no era el único que quedó prendado. El dulce castaño estaba flechado de tan sólo verlo. Sus ojos azules, la expresión seria de su rostro, las arrugas que se le formaban en el entrecejo cuando fruncía el ceño, las patas de gallo en los extremos de los ojos al sonreír aunque esto no solía hacerlo mucho. En todos esos días que estuvieron juntos, se compenetraron como la leche con el café. Cada uno tenía lo que al otro le faltaba y agradecían ser tan diferentes. Uno era joven, apenas empezando a descubrir lo que quería en la vida. El otro tenía años de experiencia a sus espaldas y un largo trayecto, hasta entonces solitario, recorrido. Esto estaba mal y lo sabían, pero no pudieron evitarlo. No pudieron evitar caer en la tentación de explorar el cuerpo ajeno, de besarse hasta tener los labios hinchados y rojos, de sacarse gemidos con cada toque. Con cada caricia.
Los gemidos sonoros de Peter rompían el silencio y sus manos apretaban con fuerza las sábanas de la cama, que rechinaba constantemente por los movimientos realizados, debido al salvajismo con el que Ransom lo penetraba. Sus penetraciones fueron tan salvajes que pudo jurar que por poco lo desgarraba por dentro. Aún así, el placer sólo incrementó. Sintió una mano tosca y grande envolverse alrededor de su necesitado miembro para masturbarlo. La adrenalina le recorría las venas. Se sentía jodidamente bien.
Una nalgada le fue propinada sacándole un quejido. Gracias a la fuerza ejercida, la marca rojiza quedó plasmada en la blanquecina piel de sus glúteos y no podría sentarse en semanas. Tal vez en meses. Escuchar sus gemidos roncos sólo lo puso más duro de lo que ya se encontraba y sí, de que estaba enfermo lo estaba. Lo aceptaba.
Ransom, sin perder tiempo, mordió su cuello para luego, casi ahorcándolo con su mano libre, pese a que Peter se había corrido, correrse dentro de él llegando al orgasmo. Sólo entonces lo soltó. Ambos cayeron rendidos, tendidos sobre la cama, cuya base volvió a rechinar por el impacto.
Se miraron a los ojos y sonrieron, a lo que Ransom lo atrajo hacia él con un brazo. Peter rió. Su gesto posesivo y protector le gustaba. Le gustaba todo él.
—Mataría por ti. Lo juro. —habló Ransom y vio al pequeño castaño sonreír.
Lo que no sabían era que el destino les tenía preparado un final para nada alentador, donde ambos estarían eternamente separados.