29º Día - Zapatos

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No era mucho de visitar a mi abuelo, por eso cuando me dijeron que se lo había llevado la muerte, no sentí tanta pena como mis padres, ellos lo visitaban bastantes días a la semana y yo, que alguna vez tenía curiosidad, me quedaba jugando a los videojuegos hasta que volvían. Y siempre que lo hacían, me traían un dulce.

Así que para no romper el ciclo, me quedaba enganchado hasta que volviesen. Siempre que lo hacían, me hablaban de cosas inimaginables, cosas que, cuando yo las contaba más tarde en el colegio, los compañeros se reían de mí y me decían: "Eres un niño pequeño, la magia es mentira".

Los profesores también: "Sergio, ya eres bastante mayor para creer en esas tonterías".

Así que empecé a creer que tenían razón. Aunque los que me hablaban de todo esto eran mis padres.

Unos días desde que mi abuelo se había ido, ellos me trajeron algo diferente. Ya me parecía extraño que se fueran, al fin de cuentas ya no estaba a quien solían visitar. Pero no me extraño tanto realmente, estaba acostumbrado a que me dejasen en mi mundo virtual, como ahora que ni me di cuenta que se habían ido hasta que abrieron la puerta.

"Toma hijo", no era mi cumpleaños pero tenía un regalo.

Una caja roja con un lazo verde. Lo abrí ilusionado con ganas de ver que había dentro y mi expresión cambió a una larga cara triste.

Habían unos zapatos ridículos, eran marrones y cómo podría explicarlo, como...

Si mezclaras botas con sandalias.

Por supuesto me enfadé, las lancé a un lado, esperando que fuese una broma. Mis padres sin abrir más la boca, los recogieron y los pusieron en la caja, me miraron como decepcionados y se metieron en su habitación como si nunca me hubiesen visto.

Los lleve a mi habitación para ver si les daba un uso.

No se porque mis padres me darían algo como esto, pero antes de que lo abriese, estaban muy animados.

Los dejé a un lado y me acosté en la cama, me dormí casi al instante y me desperté un par de horas más tarde, con algo de sed. Era verano, una noche sin luna y no había nada que me permitiese generar algo de luz, por eso sin querer me puse aquellos zapatos tan ridículos.

Anduve por el pasillo que parecía más iluminado que de costumbre, aunque con el sueño que llevaba encima realmente lo ignoré y recorrí el camino que sabía de memoria hacia la cocina, podía hacerlo hasta con los ojos cerrados, de hecho retado por mi mismo lo hice en mitad del trayecto para abrirlos y ver que no estaba el frigorífico que tanto apreciaba delante de mí, sino una especie de caja.

"Mamá, papá, sé que querían mucho al abuelo, pero estos cambios tan raros que hacéis..." Pensé mientras sonreía asomándome a la caja para recoger lo que hubiese allí. Nada más acercarme una ráfaga de frío me hizo querer tener algo más de ropa encima, además pensé que si se trataba de una nueva nevera, se la habían dejado abierta.

Y miré que podría haber dentro.

No era nada especial, efectivamente era un extraño electrodoméstico de enfriar, las botellas estaban rodeadas de hielo, no había visto un modelo así en mi vida, por tanto tenía que ser de ese loco al que tanto cariño le tenían mis padres. No pude evitar reírme a una voz media, notando al momento que por nivelar la voz podría molestar a mi familia y tapándome la boca con las manos con miedo a los gritos de mi madre.

—¿De que te ríesss?

Mi cuerpo se heló, más que lo que me producía el estar cerca del aparato congelante, esa voz a mi espalda no era de mi familia, rápidamente agarre lo primero que encontré. Un tenedor de madera.

Relatos ahogados en frascos de tinta IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora