7º Día - Lujoso

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—Bienvenido a nuestro viaje de lujo, pase por aquí —sonríe una azafata tras el plástico del traje protector, señala un largo pasillo que acaba en un puerta. El visitante entra.

Luces apagadas, ahora encendidas, con marionetas enseñan la historia del mundo, la destrucción del 99'89% de los animales. Así como que ya no existe la variedad en plantas, solo pinos y palmeras que generan frutas sin semilla. La tecnología del mundo. Un desastre total.

Pero todos sonríen como psicópatas mientras hablan de cómo destrozaron cada una de las cosas que otros dieron su granito de arena para ayudar. En otra de las salas habla del armamento, enseñan pruebas con sujetos reales, familias que venden a sus hijos para morir en esos espectáculos a cambio de sumas de dinero desorbitadas.

La azafata como un muñeco dispara desde una pistola pequeña hasta un lanzamisiles y un lanzallamas, los humanos de prueba mueren en el acto, ni se inmuta por ello. Habla sin saber que el extraño cliente, desde las capas y capas de ropa mira con asco el lugar, pero sigue la senda que le indica.

Ahora toca el tema de la pandemia, las mutaciones mortales, el contaminante aire que industrias que generaban ese armamento, crearon. Pero esa parte de la historia se narra con felicidad, pues a menos humanos, más recursos que explotar y destruir.

La siguiente sala es la más importante, parece de una casa, en ella una niña está llorando, mira a la azafata con cara de súplica.

—Mamá, mamá, hay un monstruo bajo la cama.

La mujer se acerca a ella y le pega una torta a mano abierta.

Él transeúnte ya no puede más, se acerca a la azafata para librarse de ella. Pero esta se gira.

—Oh, se ha acercado a mirar. Por supuesto —se pone de rodillas y agarra algo bajo la cama— ¿Ves hija? —le tira un peluche a la cara—. No hay monstruos bajo la cama, los preferimos guardar dentro de los frigoríficos, continuemos —. Anda hacia la siguiente sala, la niña le mira con rabia—.

La siguiente sala tiene una silla blanca puesta en medio, en las paredes solo hay negro, así como techo y suelo.

—Esta es la última sala del tour, —le mira con una falsa sonrisa—, siéntese y le mostraremos el final de la vida de un ser humano.

La persona se sienta mirando hacia delante, suponiendo que va aparecer de un momento a otro una pantalla. Pero nota una sensación fría en el cuello.

La azafata recoge su cabeza. Y vuelve a la sala donde se compran las entradas. Metiendo su premio en un armario, suena la campana.

Un nuevo cliente se acerca, cargadito de dinero, con gusto le enseñará "La exposición de la vida".

En su cara se dibuja.

Una amplia sonrisa.

09

Relatos ahogados en frascos de tinta IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora