14º Día - Armadura

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—Te has perdido por lo que veo —dice un hombre a un joven invitándole a entrar—.

Enciende el fuego y le prepara un café que ella coge y toma mirando como al vacío. Despega sus labios para hablar con un acento extranjero.

—He oído hablar de usted, su genial trabajo que hace con las manos.

Él se sonroja y se sienta al otro lado de la mesa.

—Yo creo que son más cosas de mis herramientas.

—Eduard el herrero, ¿verdad?

Sonríe de oreja a oreja.

—Efectivamente ese soy yo, ¿Entonces la dama me buscaba para algo o solo estaba de paso y me he reconocido?

La joven que tiene el pelo de un verde oscuro y ojos amarillo sorbe un poco más de su taza.

—Quería saber algo de usted.

—Lo que quiera damisela.

—Es verdad lo que dicen los rumores, armaduras creadas de tal forma que ninguna fecha las atraviese, con poderes imbuidos por los dioses...

—Si, y un precio elevado, si es por ahí por donde me quiero llevar.

—No, esa no es mi pregunta —la joven da vueltas a la bebida con la cuchara—, lo que quiero saber es ¿Usa escamas de dragón?

El herrero cambia la expresión de su rostro, de una benevolente a una seria y sujeta con su mano derecha el martillo por si la doncella se trata de mal augurio. Eso lo hace casi instintivamente, pues relaja un poco el rostro para interrogarle.

—No sé dónde has escuchado tales patrañas, los dragones no existen.

Ella sonríe y murmura.

—Esmeralda.

El trabajador saca su martillo para defenderse, pero la mujer está como distraída mirando la taza sin hablar.

—Lo sabía, es usted una bruja.

Ella rompe su silencio para soltar una sonora carcajada.

—No, no soy una bruja, pero si tú quieres que lo sea lo seré —se levanta y agarra la herramienta del herrero con las manos que pulverizan el objeto como si estuviera hecho de arena—. Pues no saldrás vivo de aquí.

"¡Extra! ¡Extra!", pasa un joven gritando para dar la noticia, se acercan curiosos y él desenvuelve un pergamino, se confirma la muerte del famoso herrero del pueblo. Al igual que el hurto de sus creaciones.

La gente llora destrozada, otros hablan entre ellos sobre las extrañas circunstancias del caso y alejado observando, su asesina.

Entra a su casa tras un par de horas, abre su dormitorio y los observa, los hijos que ha tenido con su marido. Los mira, todavía no han roto el cascarón.

—He vengado la muerte de vuestro padre, mis pequeñas, ya no tendremos que escondernos.

Y con esas últimas palabras, su forma original se revela.

Esmeralda.

16

Relatos ahogados en frascos de tinta IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora