11º Día - Repugnante

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"Eres repugnante, eres repugnante" me sujete la cabeza tapándome las orejas, esos recuerdos me volvieron otra vez, produciéndole un gran rechazo a mi vida.

Venían como voces de compañeros que ya habían muerto hace tiempo, gente que te juzgaba por tu color de pelaje. Y era así, Nekuman, nombre que provenía en parte de la nación pérdida de Japón era ahora como nos llamaban. Traducido sería básicamente Gato humano, el animal de este mundo parecido a nosotros.

Pero no, no había gatos azules, no al menos con la intensidad de mi pelaje y aunque los hubiera, eso no importaba. En mi especie un gato azul era algo desagradable. Al punto que hace un tiempo, se eliminaba de la camada si alguien tenía alguno así.

Mis padres cuando era pequeño me decían que los ignorase, pero ellos no eran azules, no sabían lo que era sentirse así. Y si, si te lo estás preguntando, no, no soy adoptado, yo también empecé a dudar de si era hijo de ellos, eso me hundió más.

De pequeño fui alguien solitario, la razón es porque nadie se interesaba por mi, al menos de mi especie. Nací en una gran nave que estaba en un planeta que no era el nuestro. Y allí había 10 razas de seres diferentes, desde hacía muchos siglos compartimos el mismo lenguaje, así que el habla no era el problema.

Como era normal, aunque hubiese muchos niños, no se acercaban los que eran diferentes a mi, y como suelen ser crueles sin quererlo. Los que si se juntaban con mi raza, sabían de inmediato el asco que les daba. Así que en los tiempos de ocio, cuando no estaba estudiando algo, me sentaba en un parque a esperar a que pasase el tiempo.

Y mientras esperaba imaginaba sobre las aventuras del gato azul, que todos le adoraban por su color. Y lloraba en silencio casi siempre.

Deseando un mundo así.

Un día alguien se sentó al lado mío. Era un crío muy raro, Soursuman, la especie de los humanos rata. Quizá ahora esté era su territorio, tenía entendido que eran bastante salvajes, así que me moví del lugar con una disculpa bajando la cabeza y salí del lugar. Me seguía.

—Tanto asco te doy que huyes de mí —me dijo alcanzándome y poniéndose en mi camino—.

—Yo.. a mi.. —no sabía cómo hablar con él, prácticamente era la primera vez que intentaba hablar con un sour—. A mi no me das asco.

—Entonces, huyes de mí porque tienes un problema conmigo.

—No es eso, creí que te estaba quitándote el sitio, así que me aparté. —comenté mirándole y observando por su primera vez sus rasgos, pelaje grisáceo, ojos de iris en espiral, orejas grandes a ambos lados de la cabeza y dientes afilados, en otro tiempo yo podría haber sido su comida—.

Él se dio la vuelta observando el lugar donde estábamos, era un parque muy grande, donde cabían si se quería y sin estar pegados los unos con los otros, cincuenta niños.

Así que empezó a reírse y su risa era contagiosa, tanto que acabamos los dos riéndonos juntos.

Entonces, aunque había pasado un rato genial con él, decidí irme porque no quería que lo repudiaran viéndole conmigo.

A lo que el humano rata me agarró del brazo.

—¿Por qué te vas?

—Lo hago por ti —respondí con sinceridad—. Será mejor que no te vean conmigo, de hecho, todavía no entiendo como no te doy asco.

—¿Por qué deberías darme asco?

Estaba de broma, seguro, como no podía sentir repugnancia al verme, era azul, por la diosa felina, ¿Es que no lo entendía?

Me quedé en silencio y él continuó.

—La verdad es que me acerqué a ti porque te vi diferente a los otros...

Ya empezamos, ahora me insultara, si es que lo sabía, pero me quedé sin habla, pues él no dijo nada de eso.

—Y bueno... cuando te veía... me daba cuenta que eras alguien especial para mí... Ya sabes... Eres el más bonito de los Nekuman del parque y yo...

No me lo podía creer, en años y años de mi vida nadie me había dicho nada tan agradable, no imaginaba esa respuesta de ese chico, para nada, estaba tan mal de todos los años sintiéndome inferior que sus palabras me llegaron al corazón y empecé a llorar, a lo que él en su inocencia creyó que en algún momento me había golpeado con su cola y empezó a disculparse.

Eran recuerdos que venían cuando de nuevo años más tarde me llamaban así por mi color de pelaje. Y me sujeto la cabeza de tal forma que me tapo las orejas. Pero alguien me golpea en el hombro y extiende su garra.

—Cariño, no estás solo.

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Relatos ahogados en frascos de tinta IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora