8º Día - Dientes

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Entré a la consulta del dentista.

Tenía cita para hoy.

Hacía mucho tiempo que no entraba a este lugar infernal.

Tanto tiempo que recuerdo que en aquel momento nevaba.

Y no solía nevar en estos lares.

Al entrar, observé con pánico como unos ojos hambrientos me observaban pequeños y redondos de mirada perdida.

El ente que los tenía no me dirigió palabras. No quitaba ojo de su manjar.

Dientes.

—Siéntate —se escuchó desde megafonía—, vamos a ver si tienes la fiebre

—¿Fiebre? ¿Qué tiene que ver eso con los dientes? —dije asustado mientras me sentaba—, un extraño robot apareció rodando y se puso delante de mí, en su frente apareció un número, "38", imaginé que era su nombre—.

Entonces ocurrió algo extraño, a todos les cambió la cara y con una amabilidad nunca vista me condujeron a una sala de espera con una única silla. Me senté, feliz pues pensé que no todo este embrollo era tan malo. Y esperé mi turno.

Medité varias posibilidades de este nuevo cambio, quizá no era tan genial después de todo, estaba en el dentista y al ver mi dentadura, algo les molestaba. Descarté enseguida esa suposición. Ni con androides en nuestras casas, la tecnología había avanzado tanto en el mundo dental.

Empecé mi segunda teoría y entraron dos seres con trajes protectores que les daba un aire a que bajo esa ropa había dos espectros esqueléticos, me miraron a una distancia prudencial como si los pudiera matar con la mirada. Y un tercero que debía haber reptado por el suelo pues no estaba en mi campo de visión, me engancho a la silla.

"¡Lo sabía! ¡Lo sabía!" Todo era una conspiración para secuestrarme.

Uno de los dos de delante de mí ahora está más cerca.

Me metieron algo por la boca. Algo que reptaba en mi interior.

Sufrí de angustia profunda, me taparon la nariz para que lo tragara.

Me quedé durmiendo.

Al despertar, era uno de ellos.

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Relatos ahogados en frascos de tinta IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora