1º Día - Pescado

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—Así que estamos los 3 a varios metros bajo capas y capas de aguas y solo tenemos una lata de pescado.

El conductor del submarino y su amigo le miraban. Ellos también tenían hambre.

—¿Podríamos compartirla? —sugirió el amigo, que no era muy listo.

La mujer que estaba con ellos se quiso arrancar los pelos por tener que aguantar sus ideas ilógicas, era una lata para solo una persona. Y por su parte no quería comer de menos. A los ojos del conductor, si que pensaba en la idea de cortar en cantidades pequeñas el pescado de la lata para que todos pudieran comer, pero poner esa idea en manifiesto, era darle un voto a su amigo y hacía unos días que estaban enfadados. Así que sugirió lo que parecía lógico

—Siempre podemos buscar más comida Jina.

—¿Donde?

Era una pregunta perfecta para esa situación, no se encontraban en un submarino a muchos metros de profundidad por la simple razón de un viaje, había algo más.. algo que todos ellos sabían. Ya no existía territorio ninguno. El nivel del mar había subido tragándose el planeta entero.

Y es que pese a que se barajaron muchas hipótesis del asunto nadie sabía cómo sucedió realmente. ¿Un tsunami? ¿Una invasión extraterrestre? ¿El hielo derritiéndose?.

Era una respuesta como el silencio. Un día Ton dijo que tenían que irse en submarino. A la semana de empezar el viaje todo había desaparecido.

Jina se trataba de su mujer, nadie les había seguido hasta allí a excepción de Tiago, que hasta hace poco era el alma inseparable de la banda.

—No lo se, quizá pescando.

Pero estaba claro, no había peces. 

Jina la encontró de casualidad y tenía que haber un debate para quien la consumiría. Su marido era muy tranquilo. Realmente ella creía que iba a quedarse con la lata sin contratiempos. Pero mientras tenían ese breve diálogo. Tiago la sostenía y estaba abriéndola.

Ton se paró en seco mirándole y ella captó su mirada para de forma impulsiva tratar de arrebatar el envase a Tiago. Este tropezó con uno de los tubos del vehículo cayendo hacia atrás y golpeándose donde no debía.

Estaba muerto. Había sido su culpa pero no era capaz de asimilarlo.

Cogió con cariño, su premio, aquella lata. Y entonces se percató.

No pesaba. Siempre había estado vacía.

Ambos supervivientes se miraron con ojos que transmitían una locura realmente aterradora. No había nada en la lata pero eso ya no importaba. Tenían algo con lo que sobrevivir delante suya.

El único problema era ¿Qué sabor tendría?

03



Relatos ahogados en frascos de tinta IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora