—Harold, ¡Hay un ojo en mi sopa!
—Ve a decírselo al chef mi vida.
Por supuesto que iba a ir a donde estaba la cocina, esto era inadmisible, yo estaba cenando tranquilamente con mi pareja y encontrarme tal desastrosa experiencia en el plato, debería ser denunciable que los camareros no sepan ni ver algo tan grotesco como un gigantesco ojo.
Golpeé puertas y puertas para llegar a donde estaba el mismísimo encargado de mi cena, empujando al personal que hacía falta. Gritando como una endemoniada sombra del mismísimo averno.
Esta esperpéntica situación había estropeado el mejor día de mi miserable y absurda existencia. Tenía que hacerle pagar, cueste lo que cueste.
Llegue furiosa, lance el plato contra la mesa, si se rompía sería mi arma perfecta pues le haría trizas la cara de forma que la gente creyese que su rostro estaba conformado por una vidriera y entonces...
—¿Harold?
—Si mi vida.
—Olvidé que era tu restaurante.
—¿Estaba rica la sopa de humanos?
—Tenía un ojo.
—Entraba en el menú.
Me fui desinflando de rabia como gordo globo con un agujero provocado por un simple palillo, cuando no se estalla.
Había ocurrido de forma tan espontánea que mi cabeza no estaba en el lugar correcto de mi vida.
Después de eso, todo fueron risas.
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Relatos ahogados en frascos de tinta II
ContoRecopilación de relatos inspirados en las palabras del Inktober 2020 Atrévete a explora desde un problema para subsistir en un submarino, como radios de seres mágicos donde nunca te creerías, aventurarte en relatos de dragones que no son tan malos...