16º Día - Cohete

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El caos inundaba la sala donde se encontraba Alessandro, gritos, golpes, papeles de documentos por los aires e incluso lloros. Pero el hombre de etnia negra y pelo corto oscuro miraba por la ventana realmente calmado. Al otro lado de ella, a medio kilómetro, un cohete estaba en llamas. Parecía que iba a despegar pero no fue por mucho tiempo.

La onda de choque de la explosión de uno de los motores del vehículo únicamente había hecho retumbar el suelo, al menos para él. Y mientras gente se había echado manos a la cabeza, sonreía. Pues no quería ver cómo esa cosa surcaba el aire y llegaba al espacio, movía siempre los hilos para que todo fuese mal y que se les olvidara la idea, pero no podía controlar todos los lugares del mundo. Y por eso era muy complicado saber si algún dichoso humano había salido del planeta.

A diferencia de la gente, para Alessandro el exterior era una estupidez, no creía que existiera, al menos de su especie, algo así en otros planetas, y si los hubiese, no quería ser un estorbo molestando con su presencia donde no le correspondía. Aplicaba lo siguiente "Si a mi no me gustaría ver una nave aterrizar en mi país, a nadie de otro mundo tampoco". Muchos dirían que la curiosidad les supera, pero era una cualidad que el dragón disfrazado de humano desconocía.

Quizá la gente pensaría que eso lo delataba como no humano, pero lo cierto es que era muy difícil descubrirle porque aunque su piel era negra en su forma humana real, el dragón había sido un número alto de presidentes a lo largo de los años en Amedruca, modificando lo que para él, seres inferiores, veían. Hay que decir que aunque pudiera andar como uno de ellos, solo era un camuflaje, no compartía nada de su ADN y eso le gustaba.

Ante sus ojos rojos jamás un cohete podría despegar, pondría la totalidad de sus escamas en ello. Y él siempre conseguía lo que quería.

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Relatos ahogados en frascos de tinta IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora