Capítulo 6

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Y entonces

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Y entonces... se volvió a escuchar otro ruido, pero más fuerte. Él provenía dentro de la casa, pero esta vez pude escuchar bien: era de un plato estrellándose.

—Khea, ¿qué fue eso? —murmuro asustado. Intento avanzar para averiguar que fue lo pasa, pero Khea me lo impide poniendo una mano en mi pecho.

—Vete, Xabi, prometo que después te explico —sus ojos son de súplica pura, y decido apartarme.

—¿Trato? —estiro mi mano.

—Trato —estrecha su mano con la mía.

De inmediato me doy la vuelta, camino hasta la camioneta y me subo en ella, veo a Khea de frente a la puerta con su mano en la manija, pero no la abre, se queda ahí parada, es como si tuviera miedo a lo que hay tras esa puerta.

Prendo la camioneta, al fin de cuentas allá no es nada mío, por eso no tengo por qué preocuparme por ella, y aunque la curiosidad de saber qué fue lo que escuche, ella prometió explicarme. Arranco el carro, subo los vidrios y prendo el aire para estar más cómodo.

Mi comodidad es interrumpida por el repique del teléfono, estiro mi brazo para contestar y ponerlo en alta voz.

—Dime —le digo a Frank quien es el que está llamando.

—Te necesito en mi casa ahora, tenemos que hablar de algo serio —colgó, sin ningún tipo de explicación.

Debe de ser algo muy urgente para no hablarlo por teléfono. Acelero el carro para llegar más rápido a la casa de Frank, para mi buena suerte él vive a una cuadra de mi casa, y no duro mucho en llegar.

Estaciono el carro, y bajo para entrar en el edificio donde vive Frank. Es un edificio de cinco plantas y él vive en la tercera. Paso por la recepción y subo al ascensor marcando el número 3.

Cuando estoy en la puerta del departamento, entro con la llave que él me dio por si alguna emergencia se presentaba.

—Frank, estoy aquí —alzo la voz cuando entro para que salga de donde está.

Paso y me siento en el sillón que está cerca de la ventana donde se ve la avenida. El departamento no es tan diferente al mío: En la sala está una mesa de cuatro sillas, la cocina al lado de la puerta de entrada, y la habitación por el pasillo.

—Menos mal que llegaste —aparece desde el pasillo donde queda su cuarto, y no viene con muy buena cara— se puede saber ¿Quién carajos era la chica a la que montaste a la camioneta?

Mis cejas se alzan, mis ojos casi se salen y estoy asombrado, y yo considerándome chismoso.

—¿Quién te dijo eso? —indago.

—Se dice el pecado, más no el pecador —se sienta al frente de mí, en uno de los sillones— ¿quién era esa chica? —Volvió a preguntar— necesito que me digas la verdad, porque Jessica también se enteró.

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