Capítulo 26

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Khea me seguía mirando con cara de odio mientras yo seguía riéndome

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Khea me seguía mirando con cara de odio mientras yo seguía riéndome. Después de las lágrimas nos sentamos debajo de un árbol y le pregunté qué tal le había ido con el teléfono.

—¿Qué fue lo primero que buscaste en Google? —había preguntado.

—Cómo buscar en Google —respondió ella.

No podía dejar de reír, a ella era la única que se le pasaba por la mente poner eso.

—Deja de reírte, tenía que saber cómo buscar bien —me empujó por el hombro— además, creo que el teléfono está dañado.

Dejé de reírme para prestar atención a lo que dijo.

—¿Por qué lo dices?

—Sabes que la muchacha dijo que las aplicaciones salían en el menú —asentí— Leí las instrucciones y le di al menú y no aparecía Wattpad.

—Y como pretendías que te saliera si lo tienes que descargar —me miró y eso hizo que me volviera a reír.

—WhatsApp yo no lo descargué y aparecía ahí —defendió.

Saqué mi teléfono y le señalé para que sacara el suyo. El de ella se veía extraño, no tenía clave y todavía traía el fondo de pantalla de inicio.

—Esas aplicaciones que ves ahí son las que traen el teléfono de fábrica, puedes comprar veinte teléfonos más, pero igual van a traer esas aplicaciones —expliqué— Tienes que meterte en Play Store, que es el maravilloso mundo de las aplicaciones y descargarla.

Mientras le iba diciendo, le iba mostrando desde mi teléfono para que ella aprendiera. Descargó la aplicación y un icono naranja apareció en el menú.

—Ahora si sale, ¿ves?

Abrió la aplicación y se creó una cuenta para poder entrar.

—Ajá, ¿y ahora como leo el libro? —examinó viendo el teléfono como si fuera la cosa más extraña del mundo.

—Ahí hay una lupa, supongo que es para buscar. Presta —agarré el teléfono y al darle a la lupa salía para buscar— ¿cómo se llama el libro?

—Los libros de Date, de Fabiana —respondió.

Lo busqué y salió de primero, lo agregué a la biblioteca y se lo enseñé.

—Listo, solo tienes que abrirlo y ahí te va a aparecer.

—Gracias.

En ese momento el teléfono empezó a entrar una llamada, de un número que no estaba guardado.

—¿Puedes ponerlo en alta voz? No me gusta ponerlo en la oreja —confesó.

Respondí la llamada y pulsé la alta voz.

—¿Quién es? —preguntó.

—Se puede saber, ¿qué coño hiciste ahora? —la voz de una mujer se escuchó, y no parecía estar de muy buen humor.

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